Me interesa hoy hablar de una experiencia personal más íntima, de la cual platiqué con alguien, sin muchos detalles. Estuve muy indeciso si ponerla por escrito y publicarla en el blog, o más bien tenerla en mi y por mi. Temo pueda causar preocupaciones en unos cuantos de ustedes que me conocen y quieren. Si hablo de esto, es para recalcar una vez más, si hiciera falta, che el fraile, el sacerdote, el hombre de Dios es... hombre, precisamente. Sujeto a momentos “humanos”. Nada particularmente grave. Por lo cual, no estén en ansia por mi, sencillamente sigan acompañándome con la amistad de siempre y el apoyo de la oración.
Desde los últimos días en Italia entré en un estado de ánimo particular, como de vacío, un sentido de incomodo frente a las cosas. No me pregunten los motivos. Pudiera hacer la lista de algunos, hasta plausibles, sin embargo insuficientes para explicar, justificar. Tal vez, unas circunstancias han intensificado y prolongado algo que ya he vivido otras veces, en manera más breve y leve. Como entonces, también ahora he logrado disimularlo bien. O así creo...
Chateando con mi amigo fraile italiano, fray Pepe, le mencionaba acerca de esto. Él, entre serio y chistoso, me hacía notar que el padre espiritual soy yo, el que tiene y da respuestas... Con la misma tónica, mas con honda verdad, le contestaba que, como a menudo acontece, es más fácil dar consejos a los demás y ponerse a su lado para que los vivan, que hacer esto con uno mismo. Las respuestas generalmente no son difíciles. Las preguntas precisas son el verdadero reto. Además, se piensa que a nosotros religiosos la vida deba sonreír siempre, y nosotros a ella. Lamentablemente, o gracias a Dios, no es así. Leí, tiempo atrás, que este estado personal te permite vislumbrar y tener en consideración la parte más íntima de la vida, la del silencio, intimidad, introversión, sombra. A lo mejor es verdad, y lo es, sin embargo quién lo viva desea salir de eso, y lo entiendo, mucho más ahora.
Mas ¿qué habré vivido? Nada muy alarmante, como ya he dicho. Una repetida sensación, casi diaria, de vacío y melancolía. La imagen que más me sale a la mente es de la burbuja. Es como vivir dentro una de ellas. Puedes ver el mundo, pero algo te impide vivirlo en plenitud. Tú fluctúas sobre él, pero no logras aterrizar, tocar piso. Una tonta, sutil, frágil pátina te separa del “sentir” la realidad: palpar, oler, escuchar, saborear...
En verdad, mi burbuja tenía como un boquete, chiquito, mas suficiente para deslizar afuera, de vez en cuando, y respirar nostalgias de vida. Luego, pero... volvía a entrar dentro!! La gana de romper esa sutil prisión es siempre mucha; sin embargo, no es tan sencillo como pudiera parecer. De repente la mente te sugiere las soluciones precisas, pero la voluntad no está preparada, lista, y tus reacciones son flojas e indolentes. Gracias a Dios, paulatinamente, ha ido creciendo la rebelión a este dolor del alma. Me he repetido que no tenía más ganas de sufrir en manera tan solapada y estéril. Que deseaba volver a apropiarme de mi mundo, que amo y me llena de vida.
El 31 de diciembre he vuelto a Venegara para celebrar la misa de fin de año y he regresado la mañana del día 1 de enero. Me fui por el páramo del Zumbador y casi no hubo tráfico. Dijera que fue un viaje catártico, terapéutico. El sol alumbraba a mi persona y me calentaba el corazón. La naturaleza me regaló una granizada de colores verdes y marrones, percibidos y recibidos como rocío para ojos, mente, estomago, manos y pies. He vislumbrado, visto por fin grietas en la burbuja, a mi alrededor. La esperanza ha dado pequeños, mas significativos, brincos de renovación.
¿Todo ha terminado? De repente todavía no. Hace unos años, una persona amiga, conocida desde poco tiempo, vivía un momento parecido, aunque mucho más fuerte e intenso. Yo sabía algo, pero realmente muy poco. Cuando nos hicimos buenos amigos, me agradeció porque, durante un concierto de música clásica, sentado casualmente a su lado, la hice reír de gusto, casi a carcajadas (a veces aflora mi histrionismo de payaso...), y tenía meses sin lograrlo. He retomado a sonreír con serenidad, y no solo para tapar o disimular mi incómodo. Aún me falta, quizás, aquella risa llena y sonora, que haga añicos de la burbuja, ya full de grietas!!!
Los abrazo a todos. Los quiero mucho, y le doy las gracias a Dios por el don de cada uno de ustedes.
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