mercoledì 19 gennaio 2011

Donde el corazón te lleve

A distancia de unos pocos días del último post en el blog, deseo retomar, seguir en el tema, con unas breves consideraciones y una cita.

Pensaba, temía poder levantar una polvareda, de aquellas que confunden las cosas y hieren los ojos, si uno quiere tenerlos abiertos a toda costa. A veces hace falta cerrarlos, e imaginar, meditar, contemplar, en sus propios adentros, la realidad, respetándola. Digo esto porque no he recibido muchos comentarios, por lo menos no los esperados. Parece que una tal tipo de experiencia sea mucho más común y corriente de cuanto yo supusiera. Les agradezco a los que me han escrito, con afecto y simpatía; pero también a los tantos que no lo han hecho. Sé que su silencio no es indiferencia. De repente asombro, extrañeza. Por eso me gusta imaginar que hayan cerrado los ojos, para no herirse o herir, y me hayan acompañado con el silencio y la oración.

En los primeros días de enero me sucedió tener en mis manos una copia de la versión española del best seller de Susanna Tamaro “Donde el corazón te lleve”. Ya lo leí en italiano en el año de su publicación. Me había gustado su visión femenina de lo narrado, la valorización de los sentimientos y las cosas pequeñas de la vida, junto a la racionalidad y dentro de la gran historia. Además, tiene una manera franciscana de relacionarse con la naturaleza.

Me acuerdo que en aquel entonces subrayé unas cuantas frases (a la manera de un adolescente tal vez...). Ahora ha prevalecido el gusto para la lectura. Me detuve sobretodo en la última página, la despedida de esta abuela que escribe a su nieta lejana, la cual ella había criado después de la muerte de la mamá, su hija. He aquí lo que dice.

“Cuídate. Cada vez que, al crecer, tengas ganas de convertir las cosas equivocadas en cosas justas, recuerda que la primera revolución que hay que realizar es dentro de uno mismo, la primera y la más importante. Luchar por una idea sin tener una idea de uno mismo es una de las cosas más peligrosas que se pueden hacer.

Cada vez que te sientas extraviada, confusa, piensa en los árboles, recuerda su manera de crecer. Recuerda que un árbol de gran copa y pocas raíces es derribado por la primera ráfaga de viento, en tanto que un árbol con muchas raíces y poca copa a duras penas deja circular su savia. Raíces y copa han de tener la misma medida, has de estar en las cosas y sobre ellas: sólo así podrás ofrecer sombra y reparo, sólo así al llegar la estación apropiada podrás cubrirte de flores y de frutos.

Y luego, cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al azar: siéntate y aguarda. Respira con la confiada profundidad con que respiraste el día en que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda y aguarda más aún. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve”.

Otro libro muy bueno, que estoy releyendo durante la meditación es “San Francisco de Asís. Ternura y vigor” de Leonardo Boff. Según mi parecer una pequeña joya, y además un regalo para este tiempo mío. La invitación a seguir a Jesucristo a la escuela de Francisco, quien supo conjugar, de manera sublime, lo masculino (el “vigor”, la racionalidad, la penitencia) y lo femenino (la “ternura”, la pasión, la vida) en su experiencia humana y cristiana.

Mi panorama geográfico, y en estos últimos tiempos espiritual, es constituido por montañas, la cuales hacen referencia a la experiencia ascética. La mirada tiene que recorrerlo todo, hacer el esfuerzo de levantarse, para encontrar el cielo. Y, de toda manera, la línea de demarcación entre cielo y cimas está bien definida. El encuentro te recompensa por toda la fatiga hecha. Sin embargo, a veces, en unos determinados momentos, durante la subida, es posible que se experimente el cansancio y la tentación de quedarse. Sientes que te faltan aliento y fuerzas...

Mi mirada extraña un poco el mar, la parte femenina, receptiva de la vida y del encuentro con Dios. Allá no hay esfuerzos. El cielo baja al encuentro y pide tan sólo ser acogido. Al horizonte las líneas se funden. El mismo sol, al ponerse, se apoya sobre el agua, se recuesta, y no está obligado a “desaparecer detrás”...

Que sentido de paz en los ocasos de las playas jónicas cerca de Cupertino. El último, espléndido, largo, lo disfruté como hace un año en la bahía de Juangriego, en la isla Margarita (la foto se refiere a eso). ¿Y qué decir de la mirada sosegadora en mi Monte Sant’Angelo, síntesis excelsa de montaña y mar, ascética y reposo en Dios?

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