lunedì 31 gennaio 2011

Don Chucho (en español)


Su nombre es: Jesús Duque, pero todo el mundo lo conoce como don Chucho Duque. Dos amigos de una televisión del Táchira quisieran grabar un programa sobre él, en la serie “Héroes anónimos”. Don Chucho no es tan anónimo. Más bien es noto en el estado y varias personas se detienen para saludarlo. Una pared de su casa está casi repleta de placas de reconocimiento por sus actividades en favor de la salvaguarda del medio ambiente.

Sin embargo, cuidado. No estamos hablando de un profesional, de un profesor universitario o de un miembro importante de una asociación ecologista. Don Chucho es un campesino de la Ahuyamala, vía al Zumbador, ya mayor. Campesino veraz, que masca y escupe chimó, de la misma manera que rumia anécdotas y experiencias de vida, para luego expresarlas con sabiduría y convicción. No se despega de su sombrero de otros tiempos. Su rostro está surcado por las arrugas de la edad y la exposición a sol e intemperie. Su sonrisa no es patinada, mas sincera y transparente.

No tengo mucho de haberlo conocido. Tan sólo 15 días. Nos encontramos en Potrero de las Casas, donde él era el invitado especial para unos encuentros sobre la valorización del territorio, y yo un participante extemporáneo, por mi falta de conocimiento de todo lo que se relacione con plantas y naturaleza (como bien saben mis amigos italianos...). De toda forma, como franciscano, me encanta el espectáculo de la naturaleza, a pesar de mi ignorancia sobre nombres y características. Por eso fui a apoyar el lanzamiento de la iniciativa.

Allí tuve ocasión de compartir con don Chucho a nivel personal y público. A él, hombre de fe profunda y sencilla, le encantó que estuviera un sacerdote franciscano presente en el evento. Además, fui profesor, y ahora amigo, de un sobrino suyo próximo al sacerdocio. Me gustó mucho su manera de relacionarse con el medio ambiente, en particular los árboles. Desde hace varios años empezó a interesarse de las especies autóctonas. Cuenta que sintió como un llamado a esto (me atrevería a hablar de vocación, casi de un mandato divino). Interpeló profesores universitarios para entender; si embargo todos eran muy preparados sobre la teoría, casi inexpertos en la práctica. Por eso inició un camino personal que lo llevó a ser un verdadero maestro en el asunto.

¿Por qué hablo de “llamado”, de “vocación”? Porque él vive un respeto hacia la naturaleza que es muy cristiano: Dios lo creó todo bueno y tenemos que cuidar lo creado, confiado al esmero del hombre. En estas montañas se talaron árboles para el cultivo; pero sobretodo se importaron y plantaron plantas ajenas al lugar (pinos, eucaliptos, etc.), que dañaron el terreno, chupando las aguas y secando nacientes. Entonces don Chucho decidió dedicarse a un vivero de plantas autóctonas, cuyos nombres sugestivos ya no recuerdo por mi inexperiencia. Ellas respetan la naturaleza según el diseño de Dios. En resumidas cuentas, el mensaje es el siguiente: Dios hizo las cosas maravillosamente bien, el hombre intervino en manera bárbara a veces. ¿Qué se puede hacer? Volver a sembrar las especies queridas por Dios, reforestar la zona, para respetar el plan del Creador, hacer de la naturaleza amiga y aliada, y aprovechar de las aguas de las numerosas nacientes, que las especies ajenas dejan secas. ¿No es un plan ecologista serio, aplicado al territorio, eficaz y viable?

Para llevar adelante este proyecto-llamado, don Chucho tiene su pequeño vivero. Ha renunciado a cultivos más rentables. No todos lo pueden entender en una sociedad donde cuenta el capital y la ganancia, más que los valores y la armonía. Una elección profética, a menudo incómoda para él y desentendida por muchos: anunciar que se puede, debe vivir respetando la creación, antes de que sea demasiado tarde. Por eso insiste en la educación ambiental de los niños y acepta participar a iniciativas como las de Potrero, con tal de dar su aporte a la causa ecologista y a los planes de Dios para con la naturaleza y los hombres. Su rechazo hacia las especies no autóctonas no es xenofobia. Yo lo leo como el rechazo profético hacia los ídolos extranjeros, que nos apartan de Dios y sus proyectos. Las plantas “extranjeras” no son demonizadas por él. Ellas tienen su ambiente en donde Dios las puso, y allí ejercen su función positiva.

Sábado 22 de enero, de viaje a La Grita, quise visitar a don Chucho en su casa, al lado de la carretera principal. Lo encontré algo cansado, como desanimado. Por cierto fue muy amable, noble como siempre. Me enseñó el vivero y pude percibir su cariño hacia las plantas. Tenía, empero, algo del profeta desoído en su misión. Como si se diera cuenta de haber llegado a la ancianidad sin lograr transmitir su amor y respeto por la naturaleza a las generaciones venideras. Me dijo, con un velo de tristeza, que son pocos los que se interesan por sus plantas, o que las buscan para plantarlas en sus terrenos y jardines. No se trataba de deseo de ganancia, sino de sentido a su vida y misión. Así lo percibí yo...

Pensé en él... Me acordé de Keyla, una joven de Potrero, la cual me contaba de su disgusto en ver Petare (Caracas) y vivir allí unos días. Deseaba para su persona que ojalá Dios le permitiera vivir por siempre a contacto con la naturaleza, en su tierra, en donde Él la hizo nacer y la puso. Las metrópolis son una aberración con respecto al orden natural. Devolver las plantas a sus propios lugares es una manera de restablecer ese orden, que el hombre muy a menudo no respetó y sigue no respetando. Encima, es una oportunidad de recrear un ambiente favorable a la vida y ocasión de trabajo “natural”, sin caer en la tentación de inmigrar. Tarea enorme. Don Chucho nos enseña a empezar de lo cotidiano a nuestro alcance.

Pensé en mi... Yo soy una “especie no autóctona”, transplantada aquí en el Táchira. Me parece que Dios me está ayudando a ser más bien un “injerto”, que pueda nutrirse de la savia de esta gente, sin simplemente “chupar” hasta agotar, produciendo además unos frutos útiles para el hambre, de repente agradables al paladar, y que den sentido a mi presencia y alegría a mis días.

Al regreso quise volver a visitar a don Chucho. Estaba muy animado, porque los alumnos de un liceo, en pequeños grupos, lo estaban visitando para escuchar y aprender. Me brindó una taza de café. Le dejé una manzana, tres peras y dos racimos de uva. Frutos no locales, antes bien propios de Italia, cuyo sabor, si no se quiere imponer a toda costa, puede resultar rico para la boca y el corazón.

Nos despedimos como dos verdaderos venezolanos. Yo le pedí la bendición y él me la dio. Él me la pidió y yo, con gusto y sonrojo, se la di. ¡Dios te bendiga, don Chucho!

Don Chucho (in italiano)

Il suo nome è: Jesús Duque, ma tutti lo conoscono come don Chucho Duque. Due amici di una televisione del Táchira vorrebbero registrare un programma su di lui, nella serie “Eroi Anonimi”. Don Chucho non è poi così anonimo. Anzi, è piuttosto conosciuto nello stato del Táchira e varie persone si fermano a salutarlo. Una parete della casa è quasi colma di targhe di riconoscimento per le sue attività in favore della salvaguardia del creato.

Attenzione però. Non stiamo parlando di un professionista, di un professore universitario o di un membro importante di una associazione ecologista. Don Chucho è un contadino di Ahuyamala, nella via che porta al Zumbador, avanzato in età. Contadino verace, che mastica e sputa tabacco, allo stesso modo di come rumina aneddoti e esperienze di vita, per poi esprimerli con sapienza e convinzione. Non si separa dal suo cappello di altri tempi. Il volto solcato dalle rughe, frutto dell’età e dell’esposizione a sole e intemperie. Il suo non è un sorriso patinato, però sincero e trasparente.

Non lo conosco da molto. Solo 15 giorni. Ci siamo incontrati a Potrero de las Casas, dove egli era l’invitato speciale per alcuni incontri sulla valorizzazione del territorio, mentre io partecipante estemporaneo, per la mia scarsa conoscenza di tutto ciò che tenga a che vedere con piante e natura. In tutti i modi, come francescano, mi affascina lo spettacolo della natura, malgrado la mia ignoranza crassa circa nomi e caratteristiche. E come francescano mi è parso giusto appoggiare l’iniziativa con la mia presenza.

Ho avuto l’occasione di condividere con don Chucho a livello personale e pubblico. A lui, uomo di fede profonda e semplice, non sembrava vero che un sacerdote francescano fosse presente all’evento. Inoltre, sono stato professore di un suo nipote prossimo al sacerdozio. Mi è piaciuto il suo modo di relazionarsi con il medio ambiente, in particolare con gli alberi. Alcuni anni fa ha cominciato a interessarsi delle specie autoctone. Racconta che sentì come una chiamata (oserei parlare di vocazione, quasi di un mandato divino). Interpellò professori universitari per capire meglio, però tutti li trovò molto preparati teoricamente, inesperti nella pratica. Per questo iniziò un percorso personale che lo ha portato a diventare un vero maestro in materia.

Perché parlo di “chiamata” e “vocazione”? Perché egli vive un rispetto verso la natura che è molto cristiano: Dio ha creato il mondo buono e dobbiamo prenderci cura della creazione, affidata alla diligenza dell’uomo. Su questi monti si sono tagliati alberi per la coltivazione; però soprattutto si sono importate e piantate piante estranee al luogo (pini, eucalipti, ecc.), le quali hanno danneggiato il terreno, in quanto solo si nutrono di acqua, senza ritenerla, seccando così le sorgenti. Allora don Chucho decise di dedicarsi a un vivaio di piante autoctone, i cui nomi suggestivi già ho dimenticato. Esse rispettano la natura, secondo il disegno di Dio. In pratica, il messaggio è il seguente: Dio ha fatto le cose meravigliosamente bene; l’uomo spesso è intervenuto in maniera barbara. Che si può fare?!? Tornare a piantare le specie volute da Dio per questo territorio, riforestare la zona, in modo da rispettare il piano del Creatore, fare della natura una amica e alleata, approfittare delle acque delle numerose sorgenti, che le specie di piante aliene al territorio lasciano secche. Non è un piano ecologico serio, applicato al territorio, efficace e praticabile?!?

Per portare avanti questo progetto-chiamata, don Chucho tiene un suo piccolo vivaio. Ha rinunciato a coltivazioni più redditizie. Non tutti possono comprendere, in una società dove conta il capitale e il guadagno, più che i valori e l’armonia. Una scelta profetica, spesso scomoda per lui e non capita da parte di molti: annunciare che si può, si deve vivere rispettando la creazione, prima che sia troppo tardi. Perció insiste nell’educazione dei piccoli e accetta di partecipare a iniziative come quella di Potrero, pur di dare il suo contributo alla causa ambientalista e ai piani di Dio con la natura e gli uomini. Il suo rifiuto per le specie non autoctone non è xenofobia. Lo leggo come il rifiuto profetico verso gli idoli stranieri, che ci separano da Dio e dai suoi progetti. Le piante “straniere” non sono demonizzate. Esse hanno un ambiente proprio dove Dio le ha poste per esercitare una funzione positiva in quel territorio specifico (per favore, intendete che sto parlando di piante, e che le applicazioni umane abbisognano di alcuni distinguo).

Sabato scorso, viaggiando a La Grita, sono voluto passare dalla casa di don Chucho, al lato della strada principale. L’ho trovato un po’ stanco, quasi scoraggiato. Naturalmente è stato gentile, nobile come sempre. Mi ha mostrato il vivaio e ho potuto percepire il suo affetto per le piante. Tuttavia, aveva qualcosa del profeta non ascoltato nella sua missione e annuncio. Era come se si rendesse conto di essere arrivato all’anzianità senza riuscire a trasmettere alle prossime generazioni il suo amore e rispetto per la natura.Mi ha detto, con un velo di tristezza, che sono pochi coloro che si interessano delle sue piante, o che le richiedono per piantarle nei propri terreni e giardini. Non si trattava di desiderio di guadagnare, bensí di senso per la sua vita e missione. Cosí l’ho percepito io…

Ho pensato a lui... Mi sono ricordato di Keyla, una ragazza di Potrero, la quale mi raccontava del senso di disgusto nel vedere il quartiere di Petare in Caracas e vivere lì alcuni giorni. Si augurava che Dio le conceda vivere sempre a contatto con la natura, nella sua terra, dove Egli l’ha fatta nascere e l’ha posta. Le metropoli sono una aberrazione rispetto all’ordine naturale. Riportare le piante al loro luogo proprio è un modo di ristabilire quell’ordine, che l’uomo molto spesso non ha e continua a non rispettare. Per di più, è una opportunità di ricreare un ambiente favorevole alla vita e occasione di lavoro “naturale”, senza cadere nella tentazione di inmigrare. Compito immane. Don Chucho ci insegna a iniziare dal quotidiano a portata di mano.

Ho pensato a me... Io sono una “specie non autoctona”, trapiantata qui nel Táchira. Mi pare che Dio mi stia aiutando ad essere un inserto piuttosto che un “estraneo”, che possa nutrirsi della linfa di questa gente, senza solo “succhiare” fino ad esaurire, producendo anzi frutti utili per la fame, gradevoli al palato, e che diano senso a questa mia presenza e gioia ai miei giorni.

Al ritorno ho voluto di nuovo visitare don Chucho. Era molto animato, perché gli alunni di un liceo, in piccoli gruppi, lo stavano visitando per ascoltare e apprendere. Mi ha offerto una tazza di caffé. Gli ho lasciato una mela, tre pere e due grappoli d’uva. Non esattamente frutta locale, piuttosto propria dell’Italia, il cui sapore, se non si vuole imporre a tutti i costi, può risultare arricchente per la bocca e il cuore.

Ci siamo salutati come due veri venezuelani. Io gli ho chiesto la benedizione, ed egli me l’ha data. Egli l’ha chiesta a me, e io, con piacere e un certo rossore, gliel’ho data. Dio ti benedica, don Chucho!!

mercoledì 19 gennaio 2011

Donde el corazón te lleve

A distancia de unos pocos días del último post en el blog, deseo retomar, seguir en el tema, con unas breves consideraciones y una cita.

Pensaba, temía poder levantar una polvareda, de aquellas que confunden las cosas y hieren los ojos, si uno quiere tenerlos abiertos a toda costa. A veces hace falta cerrarlos, e imaginar, meditar, contemplar, en sus propios adentros, la realidad, respetándola. Digo esto porque no he recibido muchos comentarios, por lo menos no los esperados. Parece que una tal tipo de experiencia sea mucho más común y corriente de cuanto yo supusiera. Les agradezco a los que me han escrito, con afecto y simpatía; pero también a los tantos que no lo han hecho. Sé que su silencio no es indiferencia. De repente asombro, extrañeza. Por eso me gusta imaginar que hayan cerrado los ojos, para no herirse o herir, y me hayan acompañado con el silencio y la oración.

En los primeros días de enero me sucedió tener en mis manos una copia de la versión española del best seller de Susanna Tamaro “Donde el corazón te lleve”. Ya lo leí en italiano en el año de su publicación. Me había gustado su visión femenina de lo narrado, la valorización de los sentimientos y las cosas pequeñas de la vida, junto a la racionalidad y dentro de la gran historia. Además, tiene una manera franciscana de relacionarse con la naturaleza.

Me acuerdo que en aquel entonces subrayé unas cuantas frases (a la manera de un adolescente tal vez...). Ahora ha prevalecido el gusto para la lectura. Me detuve sobretodo en la última página, la despedida de esta abuela que escribe a su nieta lejana, la cual ella había criado después de la muerte de la mamá, su hija. He aquí lo que dice.

“Cuídate. Cada vez que, al crecer, tengas ganas de convertir las cosas equivocadas en cosas justas, recuerda que la primera revolución que hay que realizar es dentro de uno mismo, la primera y la más importante. Luchar por una idea sin tener una idea de uno mismo es una de las cosas más peligrosas que se pueden hacer.

Cada vez que te sientas extraviada, confusa, piensa en los árboles, recuerda su manera de crecer. Recuerda que un árbol de gran copa y pocas raíces es derribado por la primera ráfaga de viento, en tanto que un árbol con muchas raíces y poca copa a duras penas deja circular su savia. Raíces y copa han de tener la misma medida, has de estar en las cosas y sobre ellas: sólo así podrás ofrecer sombra y reparo, sólo así al llegar la estación apropiada podrás cubrirte de flores y de frutos.

Y luego, cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al azar: siéntate y aguarda. Respira con la confiada profundidad con que respiraste el día en que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda y aguarda más aún. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve”.

Otro libro muy bueno, que estoy releyendo durante la meditación es “San Francisco de Asís. Ternura y vigor” de Leonardo Boff. Según mi parecer una pequeña joya, y además un regalo para este tiempo mío. La invitación a seguir a Jesucristo a la escuela de Francisco, quien supo conjugar, de manera sublime, lo masculino (el “vigor”, la racionalidad, la penitencia) y lo femenino (la “ternura”, la pasión, la vida) en su experiencia humana y cristiana.

Mi panorama geográfico, y en estos últimos tiempos espiritual, es constituido por montañas, la cuales hacen referencia a la experiencia ascética. La mirada tiene que recorrerlo todo, hacer el esfuerzo de levantarse, para encontrar el cielo. Y, de toda manera, la línea de demarcación entre cielo y cimas está bien definida. El encuentro te recompensa por toda la fatiga hecha. Sin embargo, a veces, en unos determinados momentos, durante la subida, es posible que se experimente el cansancio y la tentación de quedarse. Sientes que te faltan aliento y fuerzas...

Mi mirada extraña un poco el mar, la parte femenina, receptiva de la vida y del encuentro con Dios. Allá no hay esfuerzos. El cielo baja al encuentro y pide tan sólo ser acogido. Al horizonte las líneas se funden. El mismo sol, al ponerse, se apoya sobre el agua, se recuesta, y no está obligado a “desaparecer detrás”...

Que sentido de paz en los ocasos de las playas jónicas cerca de Cupertino. El último, espléndido, largo, lo disfruté como hace un año en la bahía de Juangriego, en la isla Margarita (la foto se refiere a eso). ¿Y qué decir de la mirada sosegadora en mi Monte Sant’Angelo, síntesis excelsa de montaña y mar, ascética y reposo en Dios?

Dove ti porta il cuore

Ad alcuni giorni dall’ultimo post sul blog, desidero riprendere, continuare il tema con alcune brevi considerazioni e una citazione.

Pensavo, temevo di poter sollevare un polverone, di quelli che rendono confuse le cose e feriscono gli occhi, se si vuole tenerli a ogni costo aperti. A volte occorre chiuderli, e immaginarla, meditarla, contemplarla dentro di sé la realtà, rispettandola. Lo dico perché non ho ricevuto molti riscontri, come invece mi aspettavo. Pare che una esperienza simile sia molto più comune di quanto pensassi. Ringrazio coloro che mi hanno scritto, con affetto e simpatia; ma anche i tanti che non lo hanno fatto. So che il loro silenzio non è indifferenza. Magari meraviglia. Per cui suppongo abbiano chiuso gli occhi, per non ferirsi o ferire, e accompagnato con il silenzio e la preghiera.

I primi giorni di gennaio mi è capitata tra le mani la versione spagnola di “Va’ dove ti porta il cuore”, best seller di Susanna Tamaro. Lo avevo letto alla sua uscita. Mi era piaciuta la visione femminile del racconto, con la valorizzazione dei sentimenti e delle cose piccole, insieme alla razionalità e dentro la grande storia. Inoltre, ha una maniera francescana di relazionarsi con la natura.

Allora ricordo di aver sottolineato varie frasi (in maniera adolescenziale?!? forse…). Questa volta ha prevalso il piacere di leggere. Mi sono soffermato soprattutto sull’ultima pagina, il commiato di questa nonna che scrive alla nipote lontana, e che lei aveva cresciuto dopo la morte della figlia. La traduzione dallo spagnolo è mia.

“Abbi cura di te. Ogni volta che, crescendo, avrai voglia di convertire le cose sbagliate in cose giuste, ricorda che la prima rivoluzione la si deve realizzare dentro di sé, la prima e più importante. Lottare per un’idea senza tenere un’idea di se stessi è una delle cose più pericolose che si possono fare.

Ogni volta che ti senti smarrita, confusa, pensa agli alberi, ricorda il loro modo di crescere. Ricorda che un albero con una grande chioma e poche radici è mandato giù dalla prima raffica di vento, mentre un albero con molte radici e poca chioma a mala pena lascia circolare la sua linfa. Radici e chioma devono avere la stessa misura, devi stare nelle cose e sopra di esse: solo così potrai offrire ombra e riparo, solo così nella stagione indicata potrai coprirti di fiori e frutti.

E poi, quando davanti a te si apriranno molti cammini e non saprai quale percorrere, non ti mettere in uno qualsiasi, a caso: siediti e aspetta. Respira con la fiduciosa profondità con cui respirasti il giorno che sei venuta al mondo, senza permettere che niente ti distragga: attendi e attendi ancora. Rimani quieta, in silenzio, e ascolta il tuo cuore. E quando ti parlerà, allora alzati e va’ dove lui ti porta”.

Un altro libro molto bello che sto rileggendo durante la meditazione è “San Francesco d’Assisi. Tenerezza e vigore”, di Leonardo Boff. Secondo me un piccolo gioiello, un dono inoltre per questo tempo mio. L’invito a seguire Cristo alla scuola di Francesco, che seppe coniugare sublimemente il maschile (il “vigore”, la razionalità, l’ascesi) e il femminile (la “tenerezza”, la passione, la vita) nella sua esperienza umana e cristiana.

Il mio panorama geografico, e ultimamente spirituale, è costituito da montagne, che rimandano all’esperienza ascetica. Lo sguardo deve ricorrerlo tutto, fare lo sforzo di alzarsi, per incontrare il cielo. E, in tutti i casi, la linea di demarcazione tra cielo e cime è ben netta. L’incontro ripaga di tutte le fatiche fatte. Ma, a volte, in determinati momenti, durante l’ascesa, si può sperimentare la stanchezza e la tentazione di fermarti. Senti che ti mancano fiato e forze…

Al mio sguardo manca un po’ il mare, la parte femminile, recettiva della vita e dell’incontro con Dio. Lì non ci sono sforzi. Il cielo scende all’incontro e chiede solo di essere accolto. All’orizzonte le linee si fondono. Lo stesso sole, al tramonto, si appoggia sull’acqua, non è costretto a “scomparire dietro”…

Che senso di pace nei tramonti struggenti dei lidi ionici vicino a Copertino. L’ultimo, bellissimo, lungo l’ho goduto un anno fa alla baia di Juangriego, nell’isola Margarita (la foto si riferisce a questo). E che dire dello sguardo pacificatore della mia Monte Sant’Angelo, sintesi eccelsa di montagna e mare, ascesi e riposo in Dio?!?

lunedì 10 gennaio 2011

La burbuja

Las festividades navideñas ya se quedan atrás, y me doy cuenta que, a diferencia de los demás años, aún no he escrito nada sobre las experiencias vividas, en el blog, lugar de encuentro con mis amigos italianos y venezolanos. Lo haré más tarde, entre unos días.

Me interesa hoy hablar de una experiencia personal más íntima, de la cual platiqué con alguien, sin muchos detalles. Estuve muy indeciso si ponerla por escrito y publicarla en el blog, o más bien tenerla en mi y por mi. Temo pueda causar preocupaciones en unos cuantos de ustedes que me conocen y quieren. Si hablo de esto, es para recalcar una vez más, si hiciera falta, che el fraile, el sacerdote, el hombre de Dios es... hombre, precisamente. Sujeto a momentos “humanos”. Nada particularmente grave. Por lo cual, no estén en ansia por mi, sencillamente sigan acompañándome con la amistad de siempre y el apoyo de la oración.

Desde los últimos días en Italia entré en un estado de ánimo particular, como de vacío, un sentido de incomodo frente a las cosas. No me pregunten los motivos. Pudiera hacer la lista de algunos, hasta plausibles, sin embargo insuficientes para explicar, justificar. Tal vez, unas circunstancias han intensificado y prolongado algo que ya he vivido otras veces, en manera más breve y leve. Como entonces, también ahora he logrado disimularlo bien. O así creo...

Chateando con mi amigo fraile italiano, fray Pepe, le mencionaba acerca de esto. Él, entre serio y chistoso, me hacía notar que el padre espiritual soy yo, el que tiene y da respuestas... Con la misma tónica, mas con honda verdad, le contestaba que, como a menudo acontece, es más fácil dar consejos a los demás y ponerse a su lado para que los vivan, que hacer esto con uno mismo. Las respuestas generalmente no son difíciles. Las preguntas precisas son el verdadero reto. Además, se piensa que a nosotros religiosos la vida deba sonreír siempre, y nosotros a ella. Lamentablemente, o gracias a Dios, no es así. Leí, tiempo atrás, que este estado personal te permite vislumbrar y tener en consideración la parte más íntima de la vida, la del silencio, intimidad, introversión, sombra. A lo mejor es verdad, y lo es, sin embargo quién lo viva desea salir de eso, y lo entiendo, mucho más ahora.

Mas ¿qué habré vivido? Nada muy alarmante, como ya he dicho. Una repetida sensación, casi diaria, de vacío y melancolía. La imagen que más me sale a la mente es de la burbuja. Es como vivir dentro una de ellas. Puedes ver el mundo, pero algo te impide vivirlo en plenitud. Tú fluctúas sobre él, pero no logras aterrizar, tocar piso. Una tonta, sutil, frágil pátina te separa del “sentir” la realidad: palpar, oler, escuchar, saborear...

En verdad, mi burbuja tenía como un boquete, chiquito, mas suficiente para deslizar afuera, de vez en cuando, y respirar nostalgias de vida. Luego, pero... volvía a entrar dentro!! La gana de romper esa sutil prisión es siempre mucha; sin embargo, no es tan sencillo como pudiera parecer. De repente la mente te sugiere las soluciones precisas, pero la voluntad no está preparada, lista, y tus reacciones son flojas e indolentes. Gracias a Dios, paulatinamente, ha ido creciendo la rebelión a este dolor del alma. Me he repetido que no tenía más ganas de sufrir en manera tan solapada y estéril. Que deseaba volver a apropiarme de mi mundo, que amo y me llena de vida.

El 31 de diciembre he vuelto a Venegara para celebrar la misa de fin de año y he regresado la mañana del día 1 de enero. Me fui por el páramo del Zumbador y casi no hubo tráfico. Dijera que fue un viaje catártico, terapéutico. El sol alumbraba a mi persona y me calentaba el corazón. La naturaleza me regaló una granizada de colores verdes y marrones, percibidos y recibidos como rocío para ojos, mente, estomago, manos y pies. He vislumbrado, visto por fin grietas en la burbuja, a mi alrededor. La esperanza ha dado pequeños, mas significativos, brincos de renovación.

¿Todo ha terminado? De repente todavía no. Hace unos años, una persona amiga, conocida desde poco tiempo, vivía un momento parecido, aunque mucho más fuerte e intenso. Yo sabía algo, pero realmente muy poco. Cuando nos hicimos buenos amigos, me agradeció porque, durante un concierto de música clásica, sentado casualmente a su lado, la hice reír de gusto, casi a carcajadas (a veces aflora mi histrionismo de payaso...), y tenía meses sin lograrlo. He retomado a sonreír con serenidad, y no solo para tapar o disimular mi incómodo. Aún me falta, quizás, aquella risa llena y sonora, que haga añicos de la burbuja, ya full de grietas!!!

Los abrazo a todos. Los quiero mucho, y le doy las gracias a Dios por el don de cada uno de ustedes.

La bolla di sapone


Le festività natalizie sono ormai alle spalle, e io mi rendo conto che, a differenza degli altri anni, non ho ancora scritto circa le esperienze vissute, aggiornando il blog, luogo di incontro con i miei amici italiani e, a volte, venezuelani. Lo farò più in là, tra qualche giorno.

Mi preme oggi parlare di una esperienza personale più intima, accennata già a qualcuno a voce. Sono stato a lungo indeciso se metterla per iscritto e pubblicarla sul blog, o tenerla per me. Temo possa causare preoccupazioni in tanti di voi che mi conoscono e amano. Se ne parlo è per ribadire ancora una volta, se ce ne fosse il bisogno, che il frate, il sacerdote, l’uomo di Dio è… uomo, appunto. Soggetto a momenti “umani”. Niente di particolarmente grave. Per cui non state in ansia, semplicemente continuate a accompagnarmi con l’amicizia di sempre e il sostegno della preghiera.

Dagli ultimi giorni in Italia sono entrato in uno stato d’animo particolare, di quasi vuoto e senso di inadeguatezza di fronte alle cose. Non chiedetemi i motivi. Potrei elencarne alcuni, anche plausibili, ma insufficienti a spiegare, giustificare. Forse alcune circostanze hanno intensificato e prolungato qualcosa che ho vissuto altre volte, in maniera più breve e leggera. Come allora, anche adesso sono riuscito a nasconderlo bene.

Chattando con fra Peppe, gli accennavo questo. Ed egli, tra il serio e il faceto, mi faceva notare che il padre spirituale sono io, colui che ha e da risposte… Con lo stesso tono, ma con profonda verità, gli rispondevo che, come spesso accade, è più facile dare consigli agli altri e accompagnarli a viverli, che fare questo con se stessi. Le risposte, poi, non sono difficili normalmente. Porsi le domande giuste potrebbe essere la vera sfida. Inoltre, si pensa che a noi religiosi la vita sempre dovrebbe sorridere e noi a lei. Purtroppo, o grazie a Dio, non è così. Ho letto che un tale stato d’animo aiuta a guardare e considerare la parte più intima della vita, quella del silenzio, della intimità, della introversione, dell’ombra. Sarà pur vero, e lo è, però chi lo vive desidera uscirne, e lo capisco, meglio ora.

Ma cosa avrò vissuto?!? Niente di particolarmente allarmante, come già detto. Una sensazione ripetuta, quasi giornaliera di vuoto e melanconia. L’immagine che mi è risuonata dentro è quella della bolla di sapone. È come viverci dentro. Vedi il mondo, ma qualcosa ti impedisce di viverlo appieno. Ci fluttui sopra, ma non riesci ad atterrare. Una stupida, sottile, fragile patina ti separa dal “sentire” la realtà: toccare, odorare, ascoltare, assaporare…

In verità, la mia bolla era come fornita di una apertura, piccola, ma sufficiente per scivolare fuori, di tanto in tanto, e respirare nostalgie di vita. Poi però… rientravo dentro!! La voglia di romperla questa sottile prigione è sempre tanta; ma non è semplice come potrebbe apparire. Magari la mente ti suggerisce le soluzioni giuste, ma la volontà non è pronta, e le reazioni pigre e indolenti. Grazie a Dio, poco a poco è aumentata la ribellione a questo dolore dell’anima. Mi sono detto e ripetuto che non avevo più voglia di soffrire in maniera tanto subdola e sterile. Che desideravo riappropriarmi del mio mondo, che amo e mi riempie di vita.

Il 31 dicembre sono andato a Venegara per celebrare la messa di fine anno e sono tornato la mattina dell’1. Ci sono andato per il passo del Zumbador e ho incontrato pochissimo traffico, sia all’andata che al ritorno. Direi che è stato un viaggio catartico, terapeutico. Il sole illuminava la mia persona e mi scaldava il cuore. La natura mi ha regalato una grandinata di colori verdi e marrone, percepiti come rugiada dagli occhi, dalla mente, lo stomaco, i piedi e le mani. Ho visto finalmente crepe sull’involucro. La speranza ha dato piccoli, ma significativi, salti di rinnovamento.

È tutto finito? Probabilmente non ancora. Alcuni anni fa, una persona amica, conosciuta da poco, viveva un periodo simile, ma molto più forte e intenso. Io non ne ero del tutto al corrente. Ebbene, quando si instaurò una buona amicizia, mi ringraziò perché, durante un concerto di musica classica, seduto casualmente accanto a lei, la feci ridere di gusto (a volte viene a galla il mio istrionismo di pagliaccio…), ed erano mesi che non ci riusciva. Ho ripreso a sorridere con serenità, non per nascondere. Mi manca forse quella risata piena e sonora, che mandi in frantumi la bolla di sapone, già piena di crepe!!!

Vi abbraccio tutti. Vi voglio bene, e ringrazio Dio per il dono di ciascuno di voi.