venerdì 16 novembre 2012

Paseo a La Gran Sabana y Canaima (15-25 de octubre del 2012)



Guanare – S. Elena de Uairén (15-16 de octubre del 2012)
Hace un mes y medio los frailes de Barinas me propusieron unirme a ellos para un paseo comunitario al Parque Nacional de Canaima, Estado Bolívar, zona amazónica. Creo que la invitación se debe también a mi prolongada estadía en aquella comunidad durante la operación de fray Edisson. Por supuesto, acepté en seguida. No sé, en efecto, si volverá a presentarse otra oportunidad.
Ciudad Bolívar: Puente Angostura
Así el 15 de octubre, a las 4 de la madrugada, los tres frailes de Barinas (fray José Luís, fray Edisson y fray Javier) me buscan a Guanare y partimos rumbo a Ciudad Bolívar, a más de 800 kilómetros de distancia. Viajamos en camioneta, cargada con nuestras maletas, aseguradas en bolsas plásticas, para repararlas de eventuales lluvias, además de varias provisiones, para ahorrar tiempo y dinero. Después de S. Carlos la carretera está muy dañada, pésima por largos trechos. Es asfaltada, pero con muchos huecos, por tantos, demasiados kilómetros, por ser la arteria principal de comunicación entre la parte andina-llanera y el oriente del país.
Llegamos a Ciudad Bolívar alrededor de las 5 de la tarde. Para entrar a la ciudad se atraviesa el Puente Angostura, sobre el Orinoco. Soñaba con poder ver este gran río que divide en dos el país, y su visión me emociona. Nos hospedan los frailes capuchinos, en manera simple y cordial. Siendo ya tarde, pasamos, sin pararnos, por el casco histórico y bordeamos el río, ambos bellos y bien cuidados.

Puerto Ordaz: Parque de la llovizna
El 16 de octubre, luego de una debida noche de descanso, salimos hacia S. Elena de Uairén, en el profundo sureste, último centro antes de Brasil. Aún como 700 kilómetros en carretera, en este caso bien cuidada, a 4 canales hasta Upata (alrededor de 150 km). Primera parada en Puerto Ordaz, por un breve desayuno al lado de la camioneta, y para visitar de carrera el bellísimo “Parque de la llovizna”. Luego, rumbo hacia la meta, donde llegamos a las 5.30 de la tarde, cuando está oscureciendo, con veloces paradas para almorzar y visitar los rápidos de Kamoirán y el Salto Kama.
Rápidos Kamoirán
A sur de Upata los centros habitados son siempre más pequeños y menos numerosos. Hay aldeas indígenas, de la etnia Pemón, a lo largo de la carretera. Por cierto habrá otras escondidas en la selva, tal vez  de unas se desconoce siquiera su existencia. ¿La carretera? Un garabato negro en medio de una enorme mancha verde. Recorremos como 400 km dentro de una naturaleza no imponente, pero majestuosa por espacio ocupado y frondosidad. Pasado El Dorado inicia la zona minera, con siempre menos poblados y naturaleza más silvestre. Superada la selva de Sierra Lema, con una altura máxima sobre los 1450 mt, se entra de repente al sugestivo Parque Canaima, en la parte de La Gran Sabana. El paisaje es sorprendente. Cambia del todo. Un vasto altiplano, entre 800 y 1200 mt de altura, con una vegetación no exuberante. Los últimos 200 km se recorren entre praderas abiertas y tramos con albores que señalan presencia de agua. Característica es la palma autóctona: el mariche. El paisaje me deja pasmado: un continuo subir y bajar entre collados y arroyos, con al fondo montañas más altas y, casi como centinelas, los impresionantes tepuyes.
Llegar hasta aquí ha sido muy fatigoso. Dos días enteros en carro. Sin embargo, siento que es algo por hacer para conocer más a fondo a Venezuela. Las dos noches nos vieron bastante cansados, pero felices por esta aventura en medio de un paisaje con miles espléndidos rostros.

S. Elena de Uairén (16-17 de octubre del 2012)
S. Elena de Uairén: Palacio obispal
Somos huéspedes de la comunidad capuchina, quien tiene una larga trayectoria de presencia misionera entre los pemones de este gran territorio. Anoche, al llegar, pudimos apreciar la belleza del convento, sede también del postulantado, y de la iglesia catedral adyacente, pequeña pero preciosa, toda en piedra. Según mi parecer, una joyita, junto al anexo palacio obispal, ambos con rasgos muy franciscanos, por la calidez sencilla de la piedra y su llamado a la esencialidad. Después de la cena, paseamos por el barrio indígena, junto a fray Chervy, joven padre guardián de la comunidad. Nos explica que la vicaría apostólica del Caroní se encuentra aún sin obispo, porque no es fácil conseguir a uno dispuesto a vivir en este rincón del mundo. Aún menos se consiguen sacerdotes diocesanos que quieran gastarse en este tipo de misión. En efecto, a pesar de la hermosura y encanto de los lugares, la labor pastoral es dura, sin muchas gratificaciones humanas. Además, la convivencia entre pemones y “blancos” no está exenta de prejuicios y conflictos, aunque no violentos. El barrio indígena resiente de los problemas propios de muchas zonas marginadas de Venezuela: violencia, prostitución, droga, alcoholismo, junto a una creciente indiferencia religiosa de los jóvenes.
S. Elena de Uairén: Iglesia Catedral
Mañana del 17 dedicada a esta ciudad pequeña, aun siendo la más importante de la sabana venezolana, a los linderos con Brasil. Celebramos misa a las 6.00 am en la iglesia catedral y, luego del desayuno, vamos, acompañados por fray Chervy, a visitar a Sergio y su mamá, italianos de Liguria, desde casi 60 años en Venezuela, de los cuales 40 en S. Elena. Sergio, ingeniero edil, optó irse para esta ciudad cuando el lugar ni siquiera aparecía en los mapas de la región, y por eso tenido por loco por sus colegas. Nos cuenta, con amargura y nostalgia, que ya no es el lugar solitario y silvestre que lo enamoró, convenciendo también a su mamá a abandonar Caracas para seguirlo en esta aventura.
Terminada la visita, fray Chervy nos lleva más allá del confín. Pisamos tierra brasileña. La aldea es definitivamente un conjunto de tiendas que hacen negocios con los turistas y venezolanos que llegan o viven aquí. Paseamos un rato por la calle principal y probamos dos ricas bebidas brasileñas: dos frailes el caipirinha y dos el guaraná. Al regreso, hacemos parada en la casa del cristal, donde admiramos piedras de topacio, extraído de las minas de los alrededores. De hecho, esta es zona minera, además que, o tal vez más que turística.

La Gran Sabana: Puerta del cielo
En la tarde fray Chervy, hoy inmolado a nuestro servicio, nos lleva a un lugar fuera de los usuales circuitos turísticos: “La puerta del cielo”. Se llega a través de un angosto y empinado sendero. Al final se sigue el cauce de un arroyo, hasta la parte superior de un salto, largo como cien metros. Desde aquí se abre una vista espectacular, que le ha conferido el nombre de Puerta del cielo. Una joven señora me escribía, durante el acercamiento a la gran sabana, que hubiera podido ver a Dios sentado en la cima de un tepuy, contemplando la belleza de su creación. Los tepuyes no han sido muy visibles; sin embargo, en este lugar he podido intuir algo de lo que pudiera ver Dios desde la base plana de uno de ellos. Nos detuvimos bastante mirando el paisaje y bañándonos en las límpidas aguas del riachuelo. Única nota desafinada en esa armonía, los insectos, numerosos y muy fastidiosos. Hace falta premunirse de un buen repelente.
La Gran Sabana: Salto Jaspe
Nos da tiempo ir a visitar también el Salto Jaspe. Otro riachuelo con pequeños saltos, típico por el color rojizo que parece asumir el agua debido a la roca de jaspe sobre el cual fluye. Interesante el minúsculo campamento de la comunidad indígena que se atraviesa para llegar. Muchos pemones viven ya de turismo.
La cena con los frailes y postulantes es en un clima muy familiar, después de la timidez inicial. Lástima que mañana nos toca retomar el camino de vuelta para Puerto Ordaz y Ciudad Bolívar, desde donde, domingo, volaremos a Canaima. Pero esta es otra historia para otro momento…

Puerto Ordaz - Ciudad Bolívar (18-20 de ottobre del 2012)


18 de octubre. Celebramos misa y desayunamos con los frailes de S. Elena de Uairén. A eso de las 8.30 am retomamos la vía del retorno. Destino Puerto Ordaz, donde llegamos alrededor de las 5.00 pm. Aquí nos recibe Nadim, un amigo de fray Javier, cuyos padres eran libaneses. Pronto después arriba su esposa Nena, junto a los hijitos Annabella,de dos años de edad, y Máximus, de tres meses. Esta noche seremos sus huéspedes. La primera impresión es que la nuestra se parece casi a una pequeña “invasión”. El apartamento no es grande. Conozco el gran sentido de hospitalidad de los venezolanos. Por cierto, me hago más problemas yo por ellos, que ellos mismos. Cenamos, charlamos un rato, y luego a la cama, algo arrimados, pero cómodos.

19 de octubre. La mañana nos sirve para un breve paseo por dos cercanos centros comerciales, entre los cuales el famoso Orinokia, y para conocer mejor a la familia que nos hospeda. Compartimos visiones y reflexiones. En particular Nadim es muy interesado: le gusta hablar, preguntar, contar sus experiencias de vida y como guía turístico. Es claro que ama estos lugares y que siempre le encantó el espíritu de aventura. Organizador de excursiones normales y de turismo extremo, ahora ama inmensamente estar con su familia. Por esto ha decidido vivir un vida menos “peligrosa”, para lanzarse en la aventura de ser esposo y padre presente, con un entusiasmo genuino. Nena es igual muy agradable y amable, pero menos expansiva, o quizás simplemente más ocupada para con su bebé. Jugamos rico con los niños. En la tarde ya avanzada, a la hora de irnos, Nadim insiste para que nos quedemos una noche más. Nos hallamos muy bien, y la hospitalidad ha sido divinamente generosa. Sin embargo, nos espera Ciudad Bolívar, donde llegamos a las 6.00 pm, cuando ya es oscuro.

Ciudad Bolívar: calle del casco histórico
20 de octubre. Tenemos chance de conocer mejor a la fraternidad capuchina que nos alberga. Hay dos frailes: Miguel y Eduardo, en una estructura bastante grande. Lamentablemente la crisis vocacional obligó a cerrar unos conventos, reduciendo las presencias. En la mañana nos dedicamos a la visita del casco histórico, con sus importantes recuerdos relacionados con la figura de Simón Bolívar. Estamos en la famosa Angostura, que vio actos fundamentales en la lucha por la independencia y constitución de la gran patria soñada por El Libertador. Luego “bajamos” hacia el curso del Orinoco y nos detenemos como una hora a contemplar este gran río, cuyo cauce aquí se hace más angosto. De eso le derivó el nombre de Angostura a la villa. En la tarde, misa en la parroquia, cena y preparación de las maletas. Mañana temprano nos espera una hora de vuelo, en avioneta, para Canaima.

Canaima (21-25 de octubre del 2012)
Paisaje desde el Campamento Ucaima
Dicho de antemano, Canaima no se puede contar ni describir. Las palabras son reductivas y no rinden lo que es la realidad. Es uno de aquellos lugares que no es posible “leerlos”; se deben vivir, para percibir su hermosura, hecha de colores y paisajes que involucran el corazón además de los ojos. Una naturaleza que más y además que “ver”, se “siente”…
Me he sentido un privilegiado, por la chance de pasar unos días en este templo de la belleza creacional de Dios. De repente es el entusiasmo del turista, de quien no vive allí, en diario contacto con esos lugares y panoramas. Sin embargo, me pregunto si uno puede acostumbrarse a la belleza; si se puede vivir esta hermosura como simple rutina. Creo que siempre habrá algo que sorprenda la mirada, renovando la emoción. Uno se inmerge en una realidad apenas poco inferior al jardín del Edén. Tal vez, solamente los insectos voraces no permiten que se logre un empate…

Canaima: plaza con la iglesia
21 de octubre. A las 7.00 de la mañana ya estamos en el aeropuerto turístico de Ciudad Bolívar. La avioneta sale entre las 8.00 y las 9.00. Despegamos a las 8.30 en una avioneta de 18 puestos de la compañía Transmandú. Lindo nombre exótico… Tenemos pronto un fuera de programa: escala no prevista en Puerto Ordaz para buscar a 10 pasajeros más, casi todos italianos. Alrededor de las 10.00 am sobrevolamos Canaima: una espléndida planicie en medio de la selva, con río y laguna, aldea pemón y centros turísticos. Nos esperan David, guía del Campamento Ucaima, con su novia Yesica, y Arelis, de Mucuchíes (Mérida), quien está en los últimos días de su pasantía para graduarse en Turismo. La primera parada es en la capilla de la aldea. Celebramos misa para la comunidad y me toca presidir. Lo hago con gusto, porque hoy recorre el 55º aniversario de matrimonio de mis padres. Lugar inusual y espectacular para recordar, con añoranza y gratitud, a mis dos viejos.
Paisaje desde el Campamento Ucaima
Llegamos en lancha al Campamento Ucaima, junto a tres pilotos militares conocidos en la capilla. La sensación de belleza y paz que infunde el lugar es indescriptible. Nos recibe la dueña señora Gabriela. Dejamos las maletas en las habitaciones y nos lanzamos fuera, atraídos por la placidez del río y el paisaje que se disfruta de su ribera. Parece casi quisiéramos respirar con los ojos, llenando los pulmones con nuestra mirada asombrada.
Interno del Salto Sapo
En la tarde, excursión a los saltos. Se arriba en lancha, atravesando la laguna. A nosotros se une una pareja de jóvenes esposos suizos, huéspedes también del campamento. Serán una agradable compañía durante toda la estadía. Nos guiará en todos los días Alexander, un joven del lugar. Nos divertimos mucho mirando el caudal del Salto Hacha y Salto Sapo desde afuera y adentro, pasando bajo la cascada. Nos mojamos completamente. Hasta la vuelta, en lancha, es bajo la lluvia. Empapados y contentos.

Laguna de Canaima
22 de octubre. En la mañana vamos a la laguna de Canaima para bañarnos en las aguas rojizas del río Carrao. Momento más de diversión y fotos. El agua como elemento primordial de vida.
La tarde celebramos misa en el pequeño cementerio de familia de la señora Gabriela, donde están sepultados sus padres, quienes eligieron vivir en este rincón del mundo, promoviendo el conocimiento de estos lugares; y su hijo Juan Gabriel, muerto hace tres años en un accidente aéreo mientras se dirigía, con su avioneta, de la pista de Canaima a la del campamento. La señora Gabriela aparenta ser una mujer de fuerte temple. Sin embargo, se percibe su gran dolor por la pérdida del hijo. Es como si viviera estos lugares, llenos de sol y colores, a luces apagadas. Los ojos miran, pero el corazón no recibe. Hasta el espectáculo natural más bello puede morir dentro, frente a un sufrimiento tan grande, absurdo, sordo a cualquier voz o estímulo de vida. Me parece que tan sólo su nietecita logra, con su vivacidad e inocencia, agrietar un poco y por un momento su ciego caparazón.  

Macizo del Auyan Tepuy
23 de octubre. El día tan esperado de la excursión al Salto Ángel. Además del guía, nos acompañan dos expertos pilotos para la lancha; Benny y Stella, los esposos suizos; Arelis y su papá, quien llegó ayer de Mucuchies para buscar a su hija, cuya pasantía termina el 26. El viaje dura tres horas, incluyendo 20 minutos por tierra firme para permitir superar, sin el peso de pasajeros, unos rápidos un poco más fuertes del río Carrao. A mitad camino, se cruza hacia el río Churum, más movido que el Carrao, pero navegable. Viajar por río es experiencia nueva para mí. La naturaleza, que nos rodea y acompaña, se vuelve siempre más silvestre, sin poblados en las riberas casi impenetrables. Puros árboles y arbustos. Bebo todo con la vista, y el paisaje me llega al estómago.
Casi místico es divisar antes, acercarse después, bordear finalmente el macizo, sagrado para los indígenas, del Auyan Tepuy, con sus 700 km cuadrados. Aquí sí que pude intuir la presencia de Dios, sentado en la cima, contemplando su creación. Se advierte una imponencia que no aplasta, sino protege; una majestuosidad que invita a alzar los ojos, confiados, antes bien que bajarlos sumisos.
Primera visión del Salto Ángel
Luego la emoción del avistamiento del Salto Ángel, el más alto del mundo. Y, pronto después, la llegada al Campamento Ucaima II, justo frente al salto, como a un kilómetro en línea recta. Dejamos los equipajes, directos al islote El Ratón, donde nos bañarnos en las aguas del Churum, también de color rojizo. Esperando la cena, me siento frente al Salto. Estoy solo. Aguardo el gradual ocaso, y disfruto el momento, inmerso siempre más en el silencio de la oscuridad.
La cena es una fiesta. El viaje ha originado una linda unión en el grupo. Comemos un óptimo pollo en vara, asado y “ahumado”, y platicamos como amigos.

El Salto Ángel desde el Campamento
24 de octubre. Amanezco temprano. Aún me pega el sueño. Sin embargo, supero la tentación de volver a dormir para aprovechar la posibilidad de ver los colores del alba sobre la cuesta del Salto Ángel. ¿Cuándo tendré otra chance? El espectáculo paga con creces el pequeño sacrificio. En el mirador del campamento ya hay un turista de origen oriental. Entusiasta y respetuoso, toma muchas fotos del momento casi mágico. Pasamos alrededor de una hora, entre silencio y contemplación. Una oración al aire libre, con Dios que nos mira y se deja vislumbrar…
El Salto Ángel desde el Mirador
Desayunamos y nos dirigimos al “Mirador”, de donde el Salto dista sólo tres cuatrocientos metros. Se llega, por un sendero entre árboles, raíces y tierra, luego de una marcha de una hora y media, a unas rocas desde donde el Salto se puede casi tocar. Nos quedamos  como dos horas, disfrutando el lugar, aunque hay que defenderse de numerosos bichos que lo infestan. Al regreso nos queda tiempo para otro baño en el río y, después de almorzar, retomamos el camino inverso, hacia Canaima. Llegamos cuando ya ha oscurecido, totalmente empapados por un aguacero que nos sorprende durante la última hora de viaje. Al arribo tomamos un rico chocolate caliente, que confiere sabor final a una experiencia intensa y dulce.

Canaima desde la avioneta
25 de octubre. Día del regreso. En la mañana, misa en la capilla de Canaima para los niños de preescolar. Otra vez me toca presidir, cerrando estos días casi en la misma manera de como los empecé. Es un mixto de encuentro con la inocencia y de gratitud a Dios por lo que nos ha permitido vivir aquí. Pronto después, vuelta al campamento, almuerzo y despedida. El tiempo de una última foto en el mirador del Salto Ucaima y rumbo al aeropuerto. Nos espera una grata sorpresa: la avioneta para Ciudad Bolívar es de las pequeñitas, con seis asientos, incluso el piloto. Volamos pues bajo, alrededor de los 4.000 metros de altura. Esto nos permite disfrutar el magnífico panorama, mientras sobrevolamos la región amazónica, el embalse del Guri, hasta el avistamiento de centros habitados y del destino.
El resto es toda una carrera en carro, a lo largo de la carretera hacia nuestros conventos, con en el corazón y la memoria paisajes y recuerdos únicos e inolvidables.

La Gran Sabana e Canaima (15-25 ottobre 2012)

Il fiume Orinoco
Guanare – S. Elena de Uairén (15-16 ottobre 2012)
Un mese e mezzo fa i frati di Barinas mi hanno proposto di andare con loro a un “paseo” comunitario al Parque Nacional de Canaima, Stato Bolívar, zona amazzonica. Credo che l’invito si debba anche alla mia lunga permanenza in quella comunità durante l’operazione di fray Edisson. Naturalmente ho subito accettato. Non so se mi si ripresenterà una occasione simile. 
Così, alle 4 del mattino del 15 ottobre, i tre frati di Barinas (fray José Luís, fray Edisson y fray Javier) mi raccolgono a Guanare e partiamo diretti a Ciudad Bolívar, a più di 800 chilometri di distanza. Viaggiamo in una “camioneta” (= pick up), caricata con i nostri bagagli, ben chiusi in buste di plastica, per ripararli da eventuali piogge, e varie vettovaglie, per risparmiare tempo e denaro. Dopo S. Carlos la strada è molto danneggiata, pessima per lunghi tratti. È sì asfaltata, però con molte buche, per tanti, troppi chilometri, e si trata dell’arteria principale che collega la parte andina e llanera all’oriente del paese.
Arriviamo a Ciudad Bolívar intorno alle 5 di sera. Per entrare si attraversa il Ponte Angostura, sull’Orinoco. Sognavo di poter vedere questo grande fiume che divide in due il Venezuela, e la sua visione mi emoziona. In città ci ospitano i frati cappuccini, in maniera semplice e cordiale. Essendo già tardi, bypassiamo in macchina il centro storico e il lungofiume, entrambi belli e ben tenuti.

Puerto Ordaz; Parque de la llovizna
Il 16 ottobre, dopo una doverosa nottata di riposo, partiamo verso S. Elena de Uairén, nel profondo sud est, ultimo punto abitato prima del Brasile. Ancora 700 chilometri circa di strada, stavolta ben tenuta, a 4 corsie fino a Upata (150 km circa). Prima sosta a Puerto Ordaz, per fare colazione accanto alla camioneta, e visitare brevemente il bellissimo “Parque de la llovizna”. Quindi dritti verso la meta, dove arriviamo alle 5.30 di sera, all’imbrunire, con veloci soste per il pranzo a sacco e per visitare le rapide Kamoirán e la cascata del Salto Kama.
A sud di Upata i centri abitati sono sempre più ridotti, per numero e grandezza. Ci sono piccole comunità indigene, della etnía Pemón, lungo la strada. Chissà quante saranno nascoste nella selva, forse alcune sconosciute del tutto. La strada? Uno scarabocchio nero in mezzo a una enorme macchia verde. Percorriamo circa 400 km in mezzo a una natura non imponente, però maestosa per spazio occupato e frondosità. Dopo El Dorado inizia la zona mineraria, con sempre meno abitanti e natura più selvaggia. Passata la selva di Sierra Lema, con una altura massima sui 1450 mt, si entra d’improvviso nel suggestivo Parque Canaima, La Gran Sabana. Il panorama è sorprendente. Cambia del tutto. Un grande altipiano, tra 800 e 1200 mt di altezza, con una vegetazione non lussureggiante. Gli ultimi 200 km si percorrono tra distese di erba bassa e alberi che segnalano la presenza di acqua. Caratteristica la palma autóctona: il mariche. Il paesaggio è da mozzare il fiato: un continuo saliscendi tra collinette e corsi d’acqua, con sullo sfondo montagne più alte, e, a fare da sentinella, i caratteristici tepuyes.
Arrivare fin qua è stato molto faticoso. Due giorni interi di macchina. Ma sento che è qualcosa da fare per conoscere più a fondo il Venezuela. Le due sere ci hanno visti parecchio stanchi, però contenti di questo avventuroso viaggio, in mezzo a un paesaggio dai mille splendidi volti.

S. Elena de Uairén (16-17 ottobre 2012)
Siamo ospiti della comunità cappuccina, che ha una lunga tradizione di presenza e missione tra i pemones di questo grande territorio. Ieri sera, all’arrivo, abbiamo potuto apprezzare la bellezza del convento, sede anche del postulantado, e della Chiesa cattedrale adiacente, piccola ma preziosa, tutta in pietra. Secondo me un piccolo gioiello, insieme all’annesso palazzo espiscopale, entrambi di aspetto molto francescano, per il calore semplice e il richiamo all’essenzialità della pietra. Dopo cena facciamo una breve passeggiata per il quartiere indigeno, insieme a fray Chervy, giovane padre guardiano di questa comunità. Ci spiega che la vicaria apostolica di S. Elena è ancora senza vescovo, perché non è facile trovarne uno disposto a vivere da queste parti. Ancora meno si trovano sacerdoti diocesani, disposti a spendersi per questo tipo di missione. Infatti, malgrado la bellezza incantevole dei luoghi, la pastorale è dura, senza molte gratificazioni umane. Inoltre, la convivenza tra pemones e “bianchi” non è esente da pregiudizi e conflitti, anche se non violenti. Il quartiere indigeno risente dei problemi propri di molte parti emarginate del Venezuela: violenza, prostituzione, droga e alcolismo, insieme a una crescente indifferenza religiosa dei giovani.
S. Elena de Uairén: Chiesa cattedrale
Mattinata dunque dedicata a questa piccola città, che è però la più grande e importante della savana venezuelana, ai confini con il Brasile. Concelebriamo messa alle 6.00 nella chiesa cattedrale e dopo colazione ci rechiamo, insieme a fray Chervy, a far visita a Sergio e a sua madre, originari della Liguria, ma da quasi 60 anni in Venezuela, di cui 40 a S. Elena. Sergio, ingegnere edile, scelse di venire qui quando il luogo non compariva ancora nelle mappe nazionali, considerato perciò pazzo dai suoi colleghi. Racconta, con amarezza e nostalgia, che non è più il luogo solitario e selvaggio che lo innamorò, convincendo anche sua madre a lasciare Caracas per seguirlo in questa avventura.
Terminata la visita, fray Chervy ci porta al di là del confine. Calpestiamo terra brasiliana. Il paesino è praticamente un insieme di negozi che fanno affari con i turisti e i venezuelani che arrivano a S. Elena o ci vivono. Passeggiamo un attimo per la via principale e assaggiamo due ricche bevande brasiliane: due frati bevono caipirinha, e due guaraná. Tornando ci fermiamo nella casa del cristallo, dove ammiriamo pietre di topazio, estratto dalle tante miniere dei dintorni. Di fatto, questa è zona mineraria, oltre che, o forse ancor più che turística.

La puerta del cielo
Nel pomeriggio fray Chervy, oggi immolato al nostro servizio, ci porta a visitare un luogo fuori dai normali circuito turistici: “La puerta del cielo”. Ci si arriva attraverso uno stretto e scosceso sentiero. Giunti in fondo, si segue il corso di un ruscello, fino a un dirupo di un centinaio di metri di altezza, che forma una cascata. Dall’alto del dirupo si apre una vista spettacolare, che gli ha valso il nome di Porta del cielo. Una ragazza mi scriveva, durante l’avvicinamento a la gran savana, che avrei potuto vedere Dio, seduto su un tepuy, contemplando la bellezza della creazione nella natura sottostante. I tepuyes non sono stati molto visibili; ma in questo posto ho potuto intuire qualcosa di ciò che potrebbe vedere Dio seduto sulla base piatta di uno di essi. Ci siamo soffermati un bel po’ ad ammirare il paesaggio e bagnarci nelle limpide acque del ruscello. Unica nota stonata in tale armonía sono gli insetti, numerosi e micidiali. Occorre premunirsi di un buon repellente.
Per completare la giornata, siamo andati a visitare il Salto Jaspe. Un altro ruscello con cascatelle, caratteristico per il colore rossiccio che sembra assumere l’acqua a causa della roccia su cui scorre (jaspe=diaspro). Interessante anche il minuscolo villaggio della comunità indígena che si deve attraversare per arrivarci. Molti pemones vivono ormai di turismo.
La Gran Sabana: Salto Jaspe
La sera ceniamo insieme ai frati e postulanti della comunità. Dopo il timido imbarazzo iniziale, già ci si sente molto più in famiglia. Peccato che domani ci tocchi riprendere la via di ritorno a Puerto Ordaz e Ciudad Bolívar, da dove, domenica, voleremo a Canaima. Ma questa è altra storia per un altro momento…

Puerto Ordaz - Ciudad Bolívar (18-20 ottobre)
18 ottobre. Celebriamo messa e facciamo colazione con i frati di S. Elena de Uairén. Intorno alle 8.30 riprendiamo la via del ritorno. Destinazione Puerto Ordaz, dove arriviamo alle 17.00 circa. Qui ci riceve Nadim, un amico di fray Javier, i cui genitori erano libanesi. Subito dopo arriva anche sua moglie Nena, insieme ai figli Annabella, di 2 anni, e Maximus, di tre mesi. Saremo loro ospiti questa notte, fino al pranzo di domani. La prima impressione è che la nostra sia quasi una piccola “invasione”. L’appartamento non è grande. Conosco il senso grande di ospitalità dei venezuelani. Di sicuro mi faccio più problemi io per loro, di quanti se ne facciano essi stessi. Ceniamo, chiacchieramo un poco, e poi a nanna, un po’ arrangiati, ma comodi.

19 ottobre. La mattina serve per fare una breve passeggiata in due vicini centri commerciali, tra cui il famoso Orinokia, e per conoscere di più questa famiglia che ci ospita. Condividiamo visioni e riflessioni. Soprattutto Nadim è molto curioso; gli piace chiedere, parlare e raccontare le sue esperienze di vita e di guida turistica. Si vede che ama questi luoghi e che ha vissuto sempre molto il senso dell’avventura. Organizzatore di gite normali e di turismo estremo, ora ama immensamente stare con la sua familia. Perciò ha deciso di vivere una vita meno “pericolosa”, per lanciarsi nell’avventura di essere marito e padre presente, con un entusiasmo genuino. Nena è anch’essa molto piacevole e gentile, però meno espansiva, o forse semplicemente più occupata con il suo bebé. Giochiamo piacevolmente con i bimbi. A pomeriggio inoltrato, quando è già ora di andare, Nadim insiste perché rimaniamo ancora una notte. Ci siamo trovati bene, e l’ospitalità è stata molto bella e generosa. Però ci aspetta Ciudad Bolívar, dove arriviamo alle 18, quando già è buio.

Ciudad Bolívar: centro storico
20 ottobre. Abbiamo occasione di conoscere un po’ di più la fraternità cappuccina che ci ospita. Sono due frati: Miguel e Eduardo, in una struttura piuttosto grande. Purtroppo la crisi vocazionale ha portato a chiudere alcuni conventi e a ridurre presenze. In mattinata ci dedichiamo alla visita del centro storico, che ha ricordi importanti legati alla figura di Simón Bolívar. Questa città è la famosa Angostura, che vide atti fondamentali nella lotta per l’indipendenza e la costituzione della grande patria sognata da Bolívar. Poi “scendiamo” verso il vicino Orinoco e ci fermiamo un’oretta a contemplare questo grande fiume, il cui letto qui si restringe. Da ciò il nome di Angostura (=luogo angusto, stretto). Al pomeriggio, messa in parrocchia, cena e preparazione dei bagagli. Domattina presto ci aspetta il piccolo aereo da turismo che ci porterà a Canaima, dopo un’ora circa di volo.

Canaima (21-25 ottobre 2012)
Diciamolo subito: Canaima non si può raccontare né descrivere. Le parole sono riduttive e non rendono giustizia alla realtà. È uno di quei posti che non si possono “leggere”; si devono vivere, per percepirne la bellezza, fatta di colori e panorami che coinvolgono il cuore oltre che gli occhi. Una natura che più e oltre che vedersi, si “sente”...
Mi sono sentito un privilegiato, per la possibilità di passare alcuni giorni in questo tempio della bellezza creatrice di Dio. Magari è l’entusiasmo del turista, di chi non vive qui, giornalmente a contatto con questi luoghi e panorami.  Però mi chiedo se ci si può abituare alla bellezza; se questo paesaggio possa essere vissuto come semplice routine. Credo che sempre ci sarà qualcosa che sorprenda l’occhio, rinnovando l’emozione. Ci si immerge in una realtà di appena pochi gradini più in basso dell’Eden. Forse solo gli insetti voraci non permettono la parità...

Campamento Ucaima: Belvedere
21 ottobre. Alle 7.00 del mattino siamo già nell’aeroporto turistico di Ciudad Bolívar. L’aereo parte tra le 8.00 e le 9.00. Decolliamo alle 8.30 con il piccolo aereo (18 posti) della compagnia Transmandú. Bel nome esotico... Vi è subito un fuori programma. Facciamo scalo non previsto a Puerto Ordaz per raccogliere circa 10 passeggeri, quasi tutti italiani. Intorno alle 10.00 sorvoliamo Canaima: una splendida radura in mezzo alla foresta, con fiume e laghetto, villaggio pemón e centri turistici. All’aeroporto ci aspettano David, guida del Campamento Ucaima, con la fidanzata Yésica, e Arelis, che sta facendo tirocinio di tre mesi per potersi laureare in turismo. La prima sosta è nella cappella. Celebriamo messa per la comunità e mi tocca presiedere. Lo faccio volentieri, perché oggi i miei celebrano 55 anni di matrimonio. Un luogo inusuale e spettacolare per ricordare, con nostalgia e gratitudine, i miei due vecchi.
Arriviamo in barca al Campamento Ucaima, insieme a tre piloti militari conosciuti durante la messa. L’impressione di bellezza e pace che infonde il posto è indescrittibile. Ci riceve la padrona del luogo, la signora Gabriela. Lasciamo i bagagli nelle camere e ci proiettiamo fuori, attirati dalla placidezza del fiume e dallo spettacolo naturale che si gode dalla riva. È come se volessimo respirare con gli occhi.
Salto Sapo
Nel pomeriggio, escursione alle cascate. Ci si arriva in barca, attraversando il laghetto. Si uniscono a noi una coppia di giovani sposi svizzeri, ospiti anch’essi al campo. Saranno una piacevole compagnia durante tutta la permanenza. Nostra guida in tutti questi giorni sarà Alexander, un giovane del posto. Ci divertiamo un mondo a guardare le cascate del Salto Hacha e del Salto Sapo da fuori e da dentro, passando sotto il getto d’acqua. Ci bagnamo completamente. Anche il ritorno, in barca, è sotto la pioggia. Fradici e contenti.

Canaima: laghetto
22 ottobre. Al mattino ci rechiamo al lago di Canaima per un bagno nelle acque rossicce del fiume Carrao. Altro momento di divertimento e foto. L’acqua come elemento primordiale di vita.
Nel pomeriggio celebriamo messa nel piccolo cimitero di famiglia della signora Gabriela, dove sono sepolti i suoi genitori, che hanno scelto di vivere qui e hanno fatto conoscere questo posto al mondo; e il figlio Juán Gabriel, morto 3 anni fa in un incidente aereo mentre si recava dalla pista di Canaima a quella di famiglia. La signora Gabriela è una donna forte. O, forse, cerca di farsi forza. Si vede però quanto soffra la perdita del figlio. È come se vivesse questi luoghi, pieni di sole e colori, a luci spente. Gli occhi guardano, ma il cuore non riceve. Anche lo spettacolo più bello del mondo può morire dentro, di fronte a una sofferenza grande, assurda, sorda a qualsiasi voce e stimolo di vita. Mi pare che solo la sua nipotina riesca a creare grete nella sua corazza cieca. 

Il massiccio dell'Auyan Tepuy
23 ottobre. Il giorno tanto atteso dell’escursione al Salto Ángel. Oltre alla guida, ci sono i due esperti piloti della barca; Benny e Stella, gli sposini svizzeri; Arelis e suo padre, che l’ha raggiunta da Mucuchíes, visto che il 26 finisce il tirocinio. Ci vogliono tre ore di barca a motore per arrivarci, con venti minuti di cammino su terraferma dopo circa 20 minuti, per permettere di superare, senza il peso dei passeggeri, alcune rapide un po’ più forti sul fiume Carrao. Dopo circa un’ora e mezza, si svolta verso l’affluente Churum, con più rapide rispetto al Carrao, però meno forti. Il viaggio sul fiume è una esperienza nuova per me. Ci si immerge sempre più in una natura selvaggia. Non ci sono abitazioni lungo le rive. Solo alberi e arbusti. Mi bevo il tutto con la vista, e il paesaggio giunge allo stomaco.
Quasi mistico è lo scorgere prima, l’avvicinarsi poi, il costeggiare infine la grande catena, sacra per gli indigeni, del Auyan Tepuy. Un tepuy di 700 chilometri quadrati!! Qui sì ho potuto intuire la presenza di Dio, seduto in cima, contemplando la sua creazione. Si avverte il senso di una imponenza che non schiaccia, ma protegge; di una maestosità che invita ad alzare, fiduciosi, gli occhi, piuttosto che ad abbassarli sottomessi.
Bagno nel fiume Churum
Infine l’emozione dell’avvistamento del Salto Angel, la cascata più alta del mondo. E, poco dopo, l’arrivo al Campamento Ucaima II, proprio di fronte, direi a un chilometro in linea d’aria. Lasciamo i bagagli e andiamo a fare il bagno nelle acque, anche queste rossicce, del Churum, nell’isolotto El Ratón. Mentre si prepara la cena, mi siedo di fronte al Salto. Sono solo. Aspetto che il sole cali poco a poco, e mi godo il momento, immerso sempre più nel buio silenzioso.
La cena è una festa. Il viaggio ha creato una bella unione nel gruppo. Mangiamo un ottimo pollo, arrostito a legna e “affumicato”, e chiacchieriamo come amici.

Il Salto Angel dal campamento Ucaima II
24 ottobre. Mi sveglio presto al mattino. Ho ancora sonno, ma vinco la tentazione di ritornare a dormire per poter vedere i colori dell’alba sul costone del Salto Angel. Quando mi capiterà un’altra occasione per questo?!? Lo spettacolo ripaga ampiamente il piccolo sacrificio. Nel posto di osservazione c’è già e solo un turista di origini orientali, che scatta foto entusiasta e rispettoso del momento quasi magico. È un’ora circa di silenzio e contemplazione. Una preghiera a cielo aperto, con Dio che ti sta osservando e si lascia intravvedere. 
Il Salto Angel dal Mirador
Partiamo dopo colazione diretti al “Mirador” (=belvedere), il posto più vicino al Salto Angel. Si percorre un sentiero tra piante, radici e terra, per circa un’ora e mezza. Si arriva ad alcune rocce, dalle quali il Salto si può quasi toccare, visto che non dista più di tre quattrocento metri. Ci rimaniamo per un paio d’ore, godendo del posto e difendendoci dai numerosi insetti che lo infestano. Al ritorno c’è il tempo per un altro bagno nel fiume e, dopo pranzo, riprendiamo il cammino inverso, diretti a Canaima. Dove arriviamo già al buio, sorpresi da un autentico acquazzone, che ci inzuppa completamente durante l’ultima ora di viaggio. All’arrivo ci attende una cioccolata calda, che da il sapore finale a una esperienza intensa e dolce.


25 ottobre. Il giorno della partenza. Al mattino celebrazione della messa nella cappella di Canaima, con i bambini dell’asilo. Mi tocca di nuovo presiedere, quasi a terminare questi giorni così come li avevo cominciati. È un misto di incontro con l’innocenza e di animo grato a Dio per ciò che mi ha permesso vivere. Subito dopo, ritorno al campamento, pranzo e saluti. Il tempo di una ultima foto sul mirador del Salto Ucaima e via all’aeroporto. Ci attende una bella sorpresa: l’aereo che ci riporterà a Ciudad Bolívar è proprio piccolo, di appena 5 posti, escludendo il pilota. Voliamo perciò bassi, intorno ai 4.000 mt credo, e possiamo goderci tutto lo splendido panorama, sorvolando la parte amazzonica, la diga del Guri, fino all’avvistamento di centri abitati e della città.
Il resto è una corsa in macchina, sulla strada del ritorno a casa, con nel cuore e nella memoria paesaggi e ricordi unici e indimenticabili.