Guanare – S. Elena de Uairén (15-16 de octubre del 2012)
Hace un mes y medio los frailes de Barinas me propusieron unirme a ellos para un paseo comunitario al Parque Nacional de Canaima, Estado Bolívar, zona amazónica. Creo que la invitación se debe también a mi prolongada estadía en aquella comunidad durante la operación de fray Edisson. Por supuesto, acepté en seguida. No sé, en efecto, si volverá a presentarse otra oportunidad.
Ciudad Bolívar: Puente Angostura |
Así el 15 de octubre, a las 4 de la madrugada, los tres frailes de Barinas (fray José Luís, fray Edisson y fray Javier) me buscan a Guanare y partimos rumbo a Ciudad Bolívar, a más de 800 kilómetros de distancia. Viajamos en camioneta, cargada con nuestras maletas, aseguradas en bolsas plásticas, para repararlas de eventuales lluvias, además de varias provisiones, para ahorrar tiempo y dinero. Después de S. Carlos la carretera está muy dañada, pésima por largos trechos. Es asfaltada, pero con muchos huecos, por tantos, demasiados kilómetros, por ser la arteria principal de comunicación entre la parte andina-llanera y el oriente del país.
Llegamos a Ciudad Bolívar alrededor de las 5 de la tarde. Para entrar a la ciudad se atraviesa el Puente Angostura, sobre el Orinoco. Soñaba con poder ver este gran río que divide en dos el país, y su visión me emociona. Nos hospedan los frailes capuchinos, en manera simple y cordial. Siendo ya tarde, pasamos, sin pararnos, por el casco histórico y bordeamos el río, ambos bellos y bien cuidados.
Puerto Ordaz: Parque de la llovizna |
El 16 de octubre, luego de una debida noche de descanso, salimos hacia S. Elena de Uairén, en el profundo sureste, último centro antes de Brasil. Aún como 700 kilómetros en carretera, en este caso bien cuidada, a 4 canales hasta Upata (alrededor de 150 km). Primera parada en Puerto Ordaz, por un breve desayuno al lado de la camioneta, y para visitar de carrera el bellísimo “Parque de la llovizna”. Luego, rumbo hacia la meta, donde llegamos a las 5.30 de la tarde, cuando está oscureciendo, con veloces paradas para almorzar y visitar los rápidos de Kamoirán y el Salto Kama.
Rápidos Kamoirán |
A sur de Upata los centros habitados son siempre más pequeños y menos numerosos. Hay aldeas indígenas, de la etnia Pemón, a lo largo de la carretera. Por cierto habrá otras escondidas en la selva, tal vez de unas se desconoce siquiera su existencia. ¿La carretera? Un garabato negro en medio de una enorme mancha verde. Recorremos como 400 km dentro de una naturaleza no imponente, pero majestuosa por espacio ocupado y frondosidad. Pasado El Dorado inicia la zona minera, con siempre menos poblados y naturaleza más silvestre. Superada la selva de Sierra Lema, con una altura máxima sobre los 1450 mt, se entra de repente al sugestivo Parque Canaima, en la parte de La Gran Sabana. El paisaje es sorprendente. Cambia del todo. Un vasto altiplano, entre 800 y 1200 mt de altura, con una vegetación no exuberante. Los últimos 200 km se recorren entre praderas abiertas y tramos con albores que señalan presencia de agua. Característica es la palma autóctona: el mariche. El paisaje me deja pasmado: un continuo subir y bajar entre collados y arroyos, con al fondo montañas más altas y, casi como centinelas, los impresionantes tepuyes.
Llegar hasta aquí ha sido muy fatigoso. Dos días enteros en carro. Sin embargo, siento que es algo por hacer para conocer más a fondo a Venezuela. Las dos noches nos vieron bastante cansados, pero felices por esta aventura en medio de un paisaje con miles espléndidos rostros.
S. Elena de Uairén (16-17 de octubre del 2012)
S. Elena de Uairén: Palacio obispal |
Somos huéspedes de la comunidad capuchina, quien tiene una larga trayectoria de presencia misionera entre los pemones de este gran territorio. Anoche, al llegar, pudimos apreciar la belleza del convento, sede también del postulantado, y de la iglesia catedral adyacente, pequeña pero preciosa, toda en piedra. Según mi parecer, una joyita, junto al anexo palacio obispal, ambos con rasgos muy franciscanos, por la calidez sencilla de la piedra y su llamado a la esencialidad. Después de la cena, paseamos por el barrio indígena, junto a fray Chervy, joven padre guardián de la comunidad. Nos explica que la vicaría apostólica del Caroní se encuentra aún sin obispo, porque no es fácil conseguir a uno dispuesto a vivir en este rincón del mundo. Aún menos se consiguen sacerdotes diocesanos que quieran gastarse en este tipo de misión. En efecto, a pesar de la hermosura y encanto de los lugares, la labor pastoral es dura, sin muchas gratificaciones humanas. Además, la convivencia entre pemones y “blancos” no está exenta de prejuicios y conflictos, aunque no violentos. El barrio indígena resiente de los problemas propios de muchas zonas marginadas de Venezuela: violencia, prostitución, droga, alcoholismo, junto a una creciente indiferencia religiosa de los jóvenes.
S. Elena de Uairén: Iglesia Catedral |
Mañana del 17 dedicada a esta ciudad pequeña, aun siendo la más importante de la sabana venezolana, a los linderos con Brasil. Celebramos misa a las 6.00 am en la iglesia catedral y, luego del desayuno, vamos, acompañados por fray Chervy, a visitar a Sergio y su mamá, italianos de Liguria, desde casi 60 años en Venezuela, de los cuales 40 en S. Elena. Sergio, ingeniero edil, optó irse para esta ciudad cuando el lugar ni siquiera aparecía en los mapas de la región, y por eso tenido por loco por sus colegas. Nos cuenta, con amargura y nostalgia, que ya no es el lugar solitario y silvestre que lo enamoró, convenciendo también a su mamá a abandonar Caracas para seguirlo en esta aventura.
Terminada la visita, fray Chervy nos lleva más allá del confín. Pisamos tierra brasileña. La aldea es definitivamente un conjunto de tiendas que hacen negocios con los turistas y venezolanos que llegan o viven aquí. Paseamos un rato por la calle principal y probamos dos ricas bebidas brasileñas: dos frailes el caipirinha y dos el guaraná. Al regreso, hacemos parada en la casa del cristal, donde admiramos piedras de topacio, extraído de las minas de los alrededores. De hecho, esta es zona minera, además que, o tal vez más que turística.
La Gran Sabana: Puerta del cielo |
En la tarde fray Chervy, hoy inmolado a nuestro servicio, nos lleva a un lugar fuera de los usuales circuitos turísticos: “La puerta del cielo”. Se llega a través de un angosto y empinado sendero. Al final se sigue el cauce de un arroyo, hasta la parte superior de un salto, largo como cien metros. Desde aquí se abre una vista espectacular, que le ha conferido el nombre de Puerta del cielo. Una joven señora me escribía, durante el acercamiento a la gran sabana, que hubiera podido ver a Dios sentado en la cima de un tepuy, contemplando la belleza de su creación. Los tepuyes no han sido muy visibles; sin embargo, en este lugar he podido intuir algo de lo que pudiera ver Dios desde la base plana de uno de ellos. Nos detuvimos bastante mirando el paisaje y bañándonos en las límpidas aguas del riachuelo. Única nota desafinada en esa armonía, los insectos, numerosos y muy fastidiosos. Hace falta premunirse de un buen repelente.
La Gran Sabana: Salto Jaspe |
Nos da tiempo ir a visitar también el Salto Jaspe. Otro riachuelo con pequeños saltos, típico por el color rojizo que parece asumir el agua debido a la roca de jaspe sobre el cual fluye. Interesante el minúsculo campamento de la comunidad indígena que se atraviesa para llegar. Muchos pemones viven ya de turismo.
La cena con los frailes y postulantes es en un clima muy familiar, después de la timidez inicial. Lástima que mañana nos toca retomar el camino de vuelta para Puerto Ordaz y Ciudad Bolívar, desde donde, domingo, volaremos a Canaima. Pero esta es otra historia para otro momento…
Puerto Ordaz - Ciudad Bolívar (18-20 de ottobre del 2012)
18 de octubre. Celebramos misa y desayunamos con los frailes de S. Elena de Uairén. A eso de las 8.30 am retomamos la vía del retorno. Destino Puerto Ordaz, donde llegamos alrededor de las 5.00 pm. Aquí nos recibe Nadim, un amigo de fray Javier, cuyos padres eran libaneses. Pronto después arriba su esposa Nena, junto a los hijitos Annabella,de dos años de edad, y Máximus, de tres meses. Esta noche seremos sus huéspedes. La primera impresión es que la nuestra se parece casi a una pequeña “invasión”. El apartamento no es grande. Conozco el gran sentido de hospitalidad de los venezolanos. Por cierto, me hago más problemas yo por ellos, que ellos mismos. Cenamos, charlamos un rato, y luego a la cama, algo arrimados, pero cómodos.
19 de octubre. La mañana nos sirve para un breve paseo por dos cercanos centros comerciales, entre los cuales el famoso Orinokia, y para conocer mejor a la familia que nos hospeda. Compartimos visiones y reflexiones. En particular Nadim es muy interesado: le gusta hablar, preguntar, contar sus experiencias de vida y como guía turístico. Es claro que ama estos lugares y que siempre le encantó el espíritu de aventura. Organizador de excursiones normales y de turismo extremo, ahora ama inmensamente estar con su familia. Por esto ha decidido vivir un vida menos “peligrosa”, para lanzarse en la aventura de ser esposo y padre presente, con un entusiasmo genuino. Nena es igual muy agradable y amable, pero menos expansiva, o quizás simplemente más ocupada para con su bebé. Jugamos rico con los niños. En la tarde ya avanzada, a la hora de irnos, Nadim insiste para que nos quedemos una noche más. Nos hallamos muy bien, y la hospitalidad ha sido divinamente generosa. Sin embargo, nos espera Ciudad Bolívar, donde llegamos a las 6.00 pm, cuando ya es oscuro.
Ciudad Bolívar: calle del casco histórico |
20 de octubre. Tenemos chance de conocer mejor a la fraternidad capuchina que nos alberga. Hay dos frailes: Miguel y Eduardo, en una estructura bastante grande. Lamentablemente la crisis vocacional obligó a cerrar unos conventos, reduciendo las presencias. En la mañana nos dedicamos a la visita del casco histórico, con sus importantes recuerdos relacionados con la figura de Simón Bolívar. Estamos en la famosa Angostura, que vio actos fundamentales en la lucha por la independencia y constitución de la gran patria soñada por El Libertador. Luego “bajamos” hacia el curso del Orinoco y nos detenemos como una hora a contemplar este gran río, cuyo cauce aquí se hace más angosto. De eso le derivó el nombre de Angostura a la villa. En la tarde, misa en la parroquia, cena y preparación de las maletas. Mañana temprano nos espera una hora de vuelo, en avioneta, para Canaima.
Canaima (21-25 de octubre del 2012)
Paisaje desde el Campamento Ucaima |
Dicho de antemano, Canaima no se puede contar ni describir. Las palabras son reductivas y no rinden lo que es la realidad. Es uno de aquellos lugares que no es posible “leerlos”; se deben vivir, para percibir su hermosura, hecha de colores y paisajes que involucran el corazón además de los ojos. Una naturaleza que más y además que “ver”, se “siente”…
Me he sentido un privilegiado, por la chance de pasar unos días en este templo de la belleza creacional de Dios. De repente es el entusiasmo del turista, de quien no vive allí, en diario contacto con esos lugares y panoramas. Sin embargo, me pregunto si uno puede acostumbrarse a la belleza; si se puede vivir esta hermosura como simple rutina. Creo que siempre habrá algo que sorprenda la mirada, renovando la emoción. Uno se inmerge en una realidad apenas poco inferior al jardín del Edén. Tal vez, solamente los insectos voraces no permiten que se logre un empate…
Canaima: plaza con la iglesia |
21 de octubre. A las 7.00 de la mañana ya estamos en el aeropuerto turístico de Ciudad Bolívar. La avioneta sale entre las 8.00 y las 9.00. Despegamos a las 8.30 en una avioneta de 18 puestos de la compañía Transmandú. Lindo nombre exótico… Tenemos pronto un fuera de programa: escala no prevista en Puerto Ordaz para buscar a 10 pasajeros más, casi todos italianos. Alrededor de las 10.00 am sobrevolamos Canaima: una espléndida planicie en medio de la selva, con río y laguna, aldea pemón y centros turísticos. Nos esperan David, guía del Campamento Ucaima, con su novia Yesica, y Arelis, de Mucuchíes (Mérida), quien está en los últimos días de su pasantía para graduarse en Turismo. La primera parada es en la capilla de la aldea. Celebramos misa para la comunidad y me toca presidir. Lo hago con gusto, porque hoy recorre el 55º aniversario de matrimonio de mis padres. Lugar inusual y espectacular para recordar, con añoranza y gratitud, a mis dos viejos.
Paisaje desde el Campamento Ucaima |
Llegamos en lancha al Campamento Ucaima, junto a tres pilotos militares conocidos en la capilla. La sensación de belleza y paz que infunde el lugar es indescriptible. Nos recibe la dueña señora Gabriela. Dejamos las maletas en las habitaciones y nos lanzamos fuera, atraídos por la placidez del río y el paisaje que se disfruta de su ribera. Parece casi quisiéramos respirar con los ojos, llenando los pulmones con nuestra mirada asombrada.
Interno del Salto Sapo |
En la tarde, excursión a los saltos. Se arriba en lancha, atravesando la laguna. A nosotros se une una pareja de jóvenes esposos suizos, huéspedes también del campamento. Serán una agradable compañía durante toda la estadía. Nos guiará en todos los días Alexander, un joven del lugar. Nos divertimos mucho mirando el caudal del Salto Hacha y Salto Sapo desde afuera y adentro, pasando bajo la cascada. Nos mojamos completamente. Hasta la vuelta, en lancha, es bajo la lluvia. Empapados y contentos.
Laguna de Canaima |
22 de octubre. En la mañana vamos a la laguna de Canaima para bañarnos en las aguas rojizas del río Carrao. Momento más de diversión y fotos. El agua como elemento primordial de vida.
La tarde celebramos misa en el pequeño cementerio de familia de la señora Gabriela, donde están sepultados sus padres, quienes eligieron vivir en este rincón del mundo, promoviendo el conocimiento de estos lugares; y su hijo Juan Gabriel, muerto hace tres años en un accidente aéreo mientras se dirigía, con su avioneta, de la pista de Canaima a la del campamento. La señora Gabriela aparenta ser una mujer de fuerte temple. Sin embargo, se percibe su gran dolor por la pérdida del hijo. Es como si viviera estos lugares, llenos de sol y colores, a luces apagadas. Los ojos miran, pero el corazón no recibe. Hasta el espectáculo natural más bello puede morir dentro, frente a un sufrimiento tan grande, absurdo, sordo a cualquier voz o estímulo de vida. Me parece que tan sólo su nietecita logra, con su vivacidad e inocencia, agrietar un poco y por un momento su ciego caparazón.
Macizo del Auyan Tepuy |
23 de octubre. El día tan esperado de la excursión al Salto Ángel. Además del guía, nos acompañan dos expertos pilotos para la lancha; Benny y Stella, los esposos suizos; Arelis y su papá, quien llegó ayer de Mucuchies para buscar a su hija, cuya pasantía termina el 26. El viaje dura tres horas, incluyendo 20 minutos por tierra firme para permitir superar, sin el peso de pasajeros, unos rápidos un poco más fuertes del río Carrao. A mitad camino, se cruza hacia el río Churum, más movido que el Carrao, pero navegable. Viajar por río es experiencia nueva para mí. La naturaleza, que nos rodea y acompaña, se vuelve siempre más silvestre, sin poblados en las riberas casi impenetrables. Puros árboles y arbustos. Bebo todo con la vista, y el paisaje me llega al estómago.
Casi místico es divisar antes, acercarse después, bordear finalmente el macizo, sagrado para los indígenas, del Auyan Tepuy, con sus 700 km cuadrados. Aquí sí que pude intuir la presencia de Dios, sentado en la cima, contemplando su creación. Se advierte una imponencia que no aplasta, sino protege; una majestuosidad que invita a alzar los ojos, confiados, antes bien que bajarlos sumisos.
Primera visión del Salto Ángel |
Luego la emoción del avistamiento del Salto Ángel, el más alto del mundo. Y, pronto después, la llegada al Campamento Ucaima II, justo frente al salto, como a un kilómetro en línea recta. Dejamos los equipajes, directos al islote El Ratón, donde nos bañarnos en las aguas del Churum, también de color rojizo. Esperando la cena, me siento frente al Salto. Estoy solo. Aguardo el gradual ocaso, y disfruto el momento, inmerso siempre más en el silencio de la oscuridad.
La cena es una fiesta. El viaje ha originado una linda unión en el grupo. Comemos un óptimo pollo en vara, asado y “ahumado”, y platicamos como amigos.
El Salto Ángel desde el Campamento |
24 de octubre. Amanezco temprano. Aún me pega el sueño. Sin embargo, supero la tentación de volver a dormir para aprovechar la posibilidad de ver los colores del alba sobre la cuesta del Salto Ángel. ¿Cuándo tendré otra chance? El espectáculo paga con creces el pequeño sacrificio. En el mirador del campamento ya hay un turista de origen oriental. Entusiasta y respetuoso, toma muchas fotos del momento casi mágico. Pasamos alrededor de una hora, entre silencio y contemplación. Una oración al aire libre, con Dios que nos mira y se deja vislumbrar…
El Salto Ángel desde el Mirador |
Desayunamos y nos dirigimos al “Mirador”, de donde el Salto dista sólo tres cuatrocientos metros. Se llega, por un sendero entre árboles, raíces y tierra, luego de una marcha de una hora y media, a unas rocas desde donde el Salto se puede casi tocar. Nos quedamos como dos horas, disfrutando el lugar, aunque hay que defenderse de numerosos bichos que lo infestan. Al regreso nos queda tiempo para otro baño en el río y, después de almorzar, retomamos el camino inverso, hacia Canaima. Llegamos cuando ya ha oscurecido, totalmente empapados por un aguacero que nos sorprende durante la última hora de viaje. Al arribo tomamos un rico chocolate caliente, que confiere sabor final a una experiencia intensa y dulce.
Canaima desde la avioneta |
25 de octubre. Día del regreso. En la mañana, misa en la capilla de Canaima para los niños de preescolar. Otra vez me toca presidir, cerrando estos días casi en la misma manera de como los empecé. Es un mixto de encuentro con la inocencia y de gratitud a Dios por lo que nos ha permitido vivir aquí. Pronto después, vuelta al campamento, almuerzo y despedida. El tiempo de una última foto en el mirador del Salto Ucaima y rumbo al aeropuerto. Nos espera una grata sorpresa: la avioneta para Ciudad Bolívar es de las pequeñitas, con seis asientos, incluso el piloto. Volamos pues bajo, alrededor de los 4.000 metros de altura. Esto nos permite disfrutar el magnífico panorama, mientras sobrevolamos la región amazónica, el embalse del Guri, hasta el avistamiento de centros habitados y del destino.
El resto es toda una carrera en carro, a lo largo de la carretera hacia nuestros conventos, con en el corazón y la memoria paisajes y recuerdos únicos e inolvidables.