Sensación rara la de despertarse el último día de un año viejo, o el primero de uno nuevo. Como si, en un instante, se te haga presente todo lo acaecido en el año, el 31 de diciembre, con su usual mixto de sentimientos contrastantes: agradecimiento por las cosas bellas, alivio por aquellas feas y que ya echaste a tus espaldas. Pero también con en los ojos la perspectiva de lo que te aguarda o esperas poder vivir, el 1 de enero, acompañado por esperanzas y desengaños, cuyas proporciones dependen más de las circunstancias que el avanzar de la edad.
El último día del año es, por lo general, ocasión de balances. Ha sido un año de dos facetas, así para dividirlo en manera sumaria, descuidando detalles y matices. Antes y después del Capítulo custodial. He pasado de la vida tranquila y ya asentada del seminario y de la enseñanza teológica, a una más improvisada e imprevisible de Custodio. Del paraíso climático y paisajístico de Palmira, al calor y zancudos de Guanare. Desde luego, las personas son muy cariñosas y me encanta la relación con gente “normal”, de toda edad y categoría. Lamentablemente, Guanare representa casi un lugar de apoyo, una comunidad de referencia. Porque mi campo es la Custodia entera, y cada convento es “mi” comunidad. He pasado de una vida estancial, sedentaria, a una casi nómada. El nomadismo creo va a ser la característica de mis próximos años como Custodio. Categoría bíblica, pero difícil de vivir y digerir. Gracias a Dios, salvo el incómodo de cambiar a menudo de lugar, por doquier experimento el don de la acogida fraternal, por parte de frailes y laicos. Al mismo tiempo no puedo no echar de menos las hermosas relaciones humanas que se habían instaurado estando en seminario. La posibilidad de verse se ha reducido notablemente. Ascesis y costo de una elección religiosa, en particular si franciscana.
¿Mi despertar el día 31? Con los ojos vueltos hacia el cielo raso, entre las líneas de conexión del anime, inmerso en pensamientos sin contenido. Estaba pensando en mi año. Me ha distraído un mensaje al celular, inesperado, en el cual se agradecía a Dios por el don de la amistad. ¡¡Qué bello!! Pensé que, de veras, es un don del cual el Señor ha llenado mi vida y el año que está al punto de terminar. Con amistades inesperadas, nuevas y conmovedoras. Con otras viejas, consolidadas y consolantes. Me ha parecido preciso y alentador empezar con el agradecimiento.
Me acordé de mi estado de ánimo el año pasado en esta misma temporada. Pude volver a ver, nítidos, los fotogramas del 31 de diciembre del 2010 y del 1 de enero del 2011, el viaje “catártico” a Venegara, el encuentro con los colores de la naturaleza y la calidez de la gente de la aldea. Fueron los motivos que Dios me puso delante para que pudiera iniciar a reaccionar y salir del impasse en que me había metido. Ha pasado mucha agua por debajo de los puentes, y gracias a Dios no rompió los diques, desbordando fuera del cauce. Por eso, ¿cómo puedo no estar agradecido? Más allá del “Te Deum” que la Iglesia invita a cantar en este día, es emocionante que sea tu vida a cantar. No he superado unos desentonos, y creo que nunca lo lograré en manera total. Sé que aún me queda bastante camino; sin embargo, he vuelto a sentir el ritmo del corazón y las voces compañeras del coro. Canto y marcho, marcho y canto, como enseña S. Agustín.
Después de haber despertado, rezado y desayunado, compartí la mañana con las dos familias de voluntarios italianos de la Orden Franciscana Seglar, quienes, por tres años cada una, vivieron aquí en Guanare en el barrio popular y un poco peligroso de “La Importancia”: Marco e Ilaria, con los hijos Lorenzo, Giacomo e Stella; Eugenio y Elisabetta, con Teresa, Sara, Giovanni Paolo y Pietro. Fuimos a visitar a las clarisas. Me sentí calentado por su presencia y amistad, y regocijado por el alboroto de los niños. Sara, de quien soy padrino de bautismo “por representación”, así como hace a menudo cuando me encuentra, brincó sobre mis brazos, se agarró a mi cuello, y me derritió el corazón de alegría. Sus abrazos y su ternura rebosantes son terapéuticos.
Al atardecer volví al monasterio para celebrar la misa de fin de año, a las 8.00 pm, para las cuatro clarisas y cuatro hermanas más de otras congregaciones que viven cerca del santuario nacional. En el breve trayecto me acompañó una puesta del sol “llanera”, serena y conmovedora, de aquellas que transmiten nostalgia y consuelo. No eran los colores vivos del año pasado hacia el páramo del Zumbador, que servían para restituirme la vida y las sensaciones que necesitaba en aquel entonces. A la misa siguió la cena y la adoración eucarística hasta casi medianoche, para recibir el nuevo año junto a Dios. Me hizo recordar las vigilias hasta la medianoche, junto a la fiesta, que se organizaban en parroquia el 31 de diciembre, años luces atrás, cuando yo era joven… Luego hemos destapado una botella de vino espumante de… manzana, brindado al nuevo año, disparado unos pequeños fuegos artificiales, y, finalmente, me fui a acostar en la hospedería. Mientras casi todo el mundo afuera, distante, se lanzaba en ruidos mucho más fuertes, en sonidos agudos aturdidores, en el ritual a menudo vacío de felicitaciones banales y superficiales. Manera insólita este año de despedir al año viejo y dar la bienvenida al nuevo. Sin embargo, me han gustado su calma y la fraternidad compartida.
¿El despertar del día 1 de enero? Algo cansado. Cuesta dar la despedida a un año, aunque viejo. Luego la vida normal, con sus cosas lindas del día anterior, de casi todos los días: misa, oración de la liturgia de las horas, desayuno, charlas y amistad. El trayecto de retorno a Guanare en compañía de una luz hermosa, tersa, límpida. Sin tráfico. Hasta Guanare luce preciosa, con sus calles aún vacías, sin el caos del tráfico cotidiano, pero lista para volver a echarse en el alboroto del año apenas pasado, de siempre.
¡Feliz 2012 para todos! El Señor nos dé la paz y haga que nuestros días rebosen de su presencia, para que nuestro tiempo sea siempre más pleno de vida y sentido.