Han pasado dos semanas desde mi elección a Custodio de los frailes de la Custodia “Nuestra Señora de Coromoto”. Mientras en Italia se estaba clausurando la celebración para la Fiesta de la República (2 de junio), yo no sabía si alegrarme o no por lo acaecido. Ya desde el año pasado, cuando no tenía la mínima sospecha de ser un eventual candidato a Custodio, pensando en el Capítulo y en los 25 años de sacerdocio (octubre del 2012), me había hecho unos programas, acariciado proyectos y cultivado sueños. Una vez más los planes de Dios no correspondían a los míos (me pregunto si lograremos un día encontrarnos de acuerdo…).
Habría podido no aceptar… ¡¡¡Desde luego!!! La noche antes de la votación, cuando me había dado cuenta que mi candidatura estaba tomando cuerpo en manera seria, platicando con fray José Luís, el otro candidato, le dije que si entre los dos hubiera un sustancial empate en las preferencias, o que la contienda se pusiera reñida, me habría retirado. Habría sido oportuno, preciso, en aquel caso, que el Custodio fuera un venezolano. Por mi sorpresa recibí 17 votos sobre 23, y al primer escrutinio. ¿¡¿Cómo podía echarme atrás?!?
Desde entonces me he sentido como echado en una centrífuga. Al centro están mis compromisos anteriores, que no puedo soltar de una, y que amo; sin embargo, el vórtice me empuja hacia los nuevos, que exigen una inderogable asunción de responsabilidad. Todo es presente y gira a fuerte velocidad (así lo percibo yo). El tiempo, luego, es como si hubiera tenido una improvisa aceleración, y estos 10 días me han parecido mucho más largos e intensos de lo normal.
¿Cómo es la realidad franciscana en la que he sido puesto como ministro y siervo? Igual a muchas otras. Hay situaciones y personas bellas, otras difíciles y problemáticas. La economía custodial está malita, si se considera de un punto de vista humano; más bien “franciscana”, si la visión es cristiana. Gracias a Dios, hasta ahora el diálogo con los frailes ha sido sereno, y el clima en el definitorio es de trasparencia y apoyo mutuo.
¿Soy apto para este servicio? ¿Soy la persona justa? Sinceramente, no lo sé. Tengo mis dudas. No sé si mi elección fue voluntad del Espíritu Santo. Sin embargo, me basta saber que ha sido voluntad de mis hermanos frailes y quisiera, con su ayuda (y de todos mis amigos), buscar la voluntad de Dios y tratar cumplirla. En estos días una persona amiga, con franqueza evangélica, ha expresado, junto a su amistad incondicional, sus dudas sobre las trampas que mi carácter podría jugarme en este mandato. Me detuve a reflexionar sobre el asunto, y un poco me preocupé, porque tiene evidentes razones. El viernes pasado, participando a la ordenación sacerdotal de un seminarista diocesano que fue mi alumno, me detuve a mirar el cáliz: un Cristo desnudo, llevando sobre los hombros la copa del vino. Muy parecido a la figura de Atlante cargando con el planeta tierra. Me acordé de la invitación de R. Cantalamessa a los sacerdotes a ofrecer, junto a la sangre de Cristo derramada, las debilidades propias y los fracasos humanos. Me sentí como consolado, aliviado. Yo, débil y frágil, sostenido por Cristo, llevado sobre sus hombros. Enano en cima a un gigante. Fundamental es apoyarse a Él e dejarse llevar por Él.